Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 234
E duar do Gó me z
Barba Jacob: el viajero que nunca llega
habla sobre Colombia, como
en un artículo que publicó en
el periódico “El Independien-
te” y que, con el título, “La
desastrosa administración de
los católicos en Colombia”,
comienza diciendo: “en 28 años
de gobierno, el partido con-
servador de aquella república
suramericana (el subrayado es
mío) ha llevado al pueblo a la
ruina más vergonzosa y lo ha
expuesto a la desmembración
y a las humillaciones”. En
compensación, una de las pocas
constantes en sus frágiles y veleidosas decla-
raciones políticas, fue la de su oposición a la
dominación norteamericana en Latinoamé-
rica. En ese sentido, siempre fue, de hecho,
un bolivariano. En su escrito autobiográfico,
La divina tragedia, dice: “un ebrio de la
gloria de Simón Bolívar… un augur de la
aventura de nuestra América hispana, toda
temblor de materna promesa… un bardo
que acoja hoy la tristeza desesperada de los
humildes, que están locos de rabia y ame-
nazan el eje diamantino de esta sociedad
inicua… un bardo que comprenda la justicia
de la ira social…” 8 . Es verdad que, después
de vivir en México por un tiempo (y a pesar
de que fue expulsado de allí) ya no quiso
abandonar ese país y siempre retornó a él
(especialmente a Ciudad de México) pero
quizás, ese amor constante se debió a las
inmensas y siempre renovadas posibilidades
8
Barba Jacob, Porfirio, La divina tragedia, en El
Corazón Iluminado (antología poética), Editorial
Bedout, Medellín 1980, Pág. 51.
Augusto B. Legía, dictador del Perú.
que vislumbraba en Ciudad de México (la
naciente metrópoli que ya entonces crecía
con vertiginosa rapidez) y que no le daban
la impresión de tener que anclarse en nada,
sino más bien le proporcionaban el vértigo
permanente de la aventura y del viaje, en
esa selva urbana, que habría de convertirse
poco después en la ciudad más poblada del
mundo y una de las más cosmopolitas.
El 12 de abril de 1927, después de una
ausencia de 20 años, y de una estadía en
el Perú (en donde había trabajado para el
dictador Leguía, para luego ser expulsado)
vuelve a Colombia por Buenaventura, ya
famoso, primero como Maín Ximénez, luego
como Ricardo Arenales y finalmente como
Porfirio Barba Jacob. En esa variedad de sus
seudónimos se adivina también la indefini-
ción proteica de su yo. En el viaje aludido,
venía con el joven nicaragüense Rafael Del-
gado, al que consideraba su hijo adoptivo y
quien lo acompañó hasta su muerte. Había
sido expulsado (a más de México) también
de El Salvador, Guatemala y Perú, había
fundado una serie de periódicos, algunos de
ellos importantes como “El Imparcial” (con
el que inaugura el periodismo moderno en
Guatemala) y “Últimas Noticias de Excel-
sior” en México, que después sobrevivieron
o se convirtieron en grandes empresas; había
contribuido a la fundación de universidades
populares en países centroamericanos y,
aunque no había publicado ningún libro de
poemas, era conocido como uno de los máxi-
mos líricos de Iberoamérica (gracias a la di-
fusión de sus poemas en revistas, periódicos
y por medio de recitales) y, para algunos,
como el primer poeta después de la muerte
de Rubén Darío. Pero también regresaba un
hombre gastado por los vicios, que tenía la
manía de sembrar marihuana por doquier,
que padecía una sífilis terciaria, a duras
penas aplazada, y quien (acosado por la
necesidad) había colaborado con dictadores
y se había desempeñado algunas veces como
periodista, en forma no propiamente ética.
Fernando Vallejo nos dice que colaboró en la
estafa millonaria que su hermana Mercedes
y el marido de ésta le hicieron a la Lotería y
mediante la cual se enriquecieron. Pero, en
realidad, Barba Jacob no era posesivo ni de
dinero ni de cosas, sino que los tomaba sin
muchos escrúpulos cuando los necesitaba
y cuando él recibía sumas considerables
era de una generosidad muy grande. A una
cantinera que en una emergencia le prestó
cinco pesos (que hoy serían algo así como
cien mil pesos), le envió después (cuando
recibió sus sueldos de El Espectador) cien
pesos de obsequio.
El poeta venía a recoger sus pasos en
Antioquia y a reconocer a Bogotá, que por
entonces era un destacado centro cultural,
especialmente en el campo de la poesía. Dio
recitales en Manizales, Medellín, Bogotá,
Bucaramanga, Armenia, Yarumal, Caldas,
Rionegro y Sonsón; vivió algunas semanas
en Ibagué con la familia de su hermana Mer-
cedes Osorio de Castro; fundo el periódico,
“La Vanguardia”, en Cali, que duró nueve
días; brilló en las tertulias literarias bogota-
nas y fue jefe de redacción del periódico, “El
Espectador”, cuya circulación aumentó en
forma extraordinaria, al publicar una serie
de artículos sobre un duende que dizque
visitaba una niña en una casa embrujada del
barrio San Diego. De este modo, emplea las
mismas astucias que le habían dado éxitos
periodísticos en México, cuando publicó su
serie, “Los fenómenos espírita en el Palacio
de la Nunciatura”, en el periódico, “El
Demócrata”. Cuando la curiosidad pública
bogotana indagó en vano, en San Diego,
por la presencia de ese duende, Barba Ja-
cob lo trasladó al barrio de San Cristóbal
y para probar que era verdad publicó en
primera página la huella de una mano
que era, supuestamente, la del duende, el
cual dizque la había enviado como prueba
de su existencia. Pero después de que don
Luis Cano (uno de los directores) regresó
indignado, Barba Jacob tuvo que suspen-
der la serie. Meses después renunciaba a la
jefatura de redacción de El Espectador y
volvía a la pobreza, a la solicitud de ayuda
a los amigos, a sus costumbres bohemias
(a costa de los oyentes), y tenía que ser
hospitalizado durante dos meses, debido al
recrudecimiento de su añeja enfermedad.
Se trataba de un viaje más, que repetía, con
variaciones, las aventuras vividas durante
20 años en tierra extranjera y que todavía
r e v i s t a r e v i s t a