Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 230

E duar do Gó me z Barba Jacob: el viajero que nunca llega Desde que vio la luz, Miguel Ángel Osorio (el futu- ro poeta Porfirio Barba Jacob) padeció la inseguridad de los afectos tradicionalmente más estables: los de los padres. Su madre, Pastora Benítez, y su padre, Antonio María Osorio, lo enviaron (seguramente debido a su escasez de medios) desde muy niño a casa de los abuelos paternos, y aunque la abuela Benedicta lo amó y cuidó tiernamente desde el comienzo, ella tenía hijos de qué preocu- parse y el pequeño Miguel Ángel sabía muy bien, con la infalible intuición de los niños en estas cuestiones, que en ese cariño había algo de compasión y que el amor de la madre es insustituible. El abuelo Emigdio era “burdo, rudo, tacaño, ignorante y rezandero” 1 , así como fanático de la Virgen. Todos sus hijos recordaban, con sus nombres compuestos, esta devoción y por eso se llamaban, An- tonio María, Manuel María, Jesús María, María de Jesús, y María del Rosario. Todos los días el abuelo hacía rezar el rosario a la familia y Antonio María (el futuro padre del poeta) se educó en el seminario, de donde fue expulsado. Pero cuando, a su vez, fue padre, retomó la tradición y bautizó a sus hijas con nombres compuestos, en los que el de María estaba nuevamente presente, esta vez de primero (María Dolores, María Mercedes y María de Lourdes) y el de Ángel, formaba parte de los nombres de sus hijos: Miguel Ángel y Ernesto Ángel. Antonio Ma- ría Osorio era alcohólico y escribía versos y Pastora Benítez era maestra y tocaba bien la guitarra. Ambos esquivaron los deberes de la 1 Vallejo Fernando, Barba Jacob el mensajero, ed. Séptimo Círculo, México, 1984, pág. 415. paternidad y la maternidad debido a que no tenían dinero suficiente para sostener a cinco hijos y, sin intentar luchar, Antonio María se volvió alcohólico y abandonó a la familia. En las declaraciones de Ana Rita Osorio, prima de Miguel Ángel, dice que “los que mejor nos manejábamos con Miguel Ángel éramos mamá Benedicta – que lo quería mu- cho –, tía Rosarito, tía Jesusa y yo. Como los padres lo dejaron tan chiquito, le teníamos mucha compasión. Y por feíto también”. El futuro poeta se crio, pues, entre muje- res y este es un hecho decisivo para empezar a comprender sus futuras inclinaciones homo- sexuales. Ana Rita Osorio lo recuerda como “largo, moreno, carecaballo, encorvado… travieso como él solo, feote, desgarbado, molestón. Un diablillo” 2 . Según le confesó el poeta a su amigo Marco Antonio Millán, en México, los compañeros de escuela lo llama- ban, Miguel Ángel “Perra” y cuando alguna vez su madre fue a visitarlo y llevó confites que repartió entre los niños, éstos después de la visita le decían a coro: “vino la madre de Miguel Perra, Pastora Benítez: alza la pata y orina confites” 3 . También queda la tradición de que Pastora estaba “enferma del cerebro” y se murió “en olor de santidad”. Miguel Án- gel no pudo amarla y en sus recuerdos figura en su lugar la abuela Benedicta. Criado entre esa gente ruda del campo (que tenía algunas características de clase media) pero de alguna manera influido por la herencia bohemia, semiletrada y neurótica de sus excéntricos padres, sintiéndose a ve- ces un niño expósito, a pesar del cariño de la Ibídem Ibídem pág. 414. abuela (pero también debido a los ribetes de compasión e ironía de que ese cariño estaba impregnado) acosado por el fanatismo reli- gioso del entorno familiar pueblerino y por la crueldad de sus compañeros de escuela, Miguel Ángel Osorio no se siente atado a su pueblo natal (Santa Rosa de Osos) y su desconcierto se manifiesta en una conducta temperamental y contestataria. Su soledad íntima lo hace crear un mundo imagina- rio y defensivo que fomenta una intensa identificación con la naturaleza. Sobre esos años continúa diciendo su prima: “Miguel Ángel era muy loquito. Papá Emigdio y las tías lo llamaban el loco… yo le decía, cari- ñosamente, carecaballo. Las locuras de él consistían en molestar a la gente, en recitar versos, en hablar solo y en poner problemas al abuelo… por esos mismos días le hizo una composición a un pobre gallo que se quedó solo en el gallinero; se le fueron las galli- nas… pero la primera poesía ya como más seria, fue sobre la muerte de un niño. Era un niño abandonado, hijo de una muchacha llamada Pastora” 4 . Protegido por mujeres y rechazado por su padre (quien había estado en el seminario y era una especie de cura frustrado), por su abuelo y por la mayor parte de sus condiscípulos, Miguel Ángel no encuentra una figura paterna con la cual identificarse y se distancia de la agresividad machista de los varones de su entorno, lo cual empieza a producir un fenómeno con- tradictorio: se niega a ser como ellos pero los admira secretamente en la medida en que les encuentra cualidades que él no tiene. Se siente sin posibilidad de amar y ser amado 2 3 4 Ibídem pág. 414. Reclutas en la Guerra de los Mil días, 1889-1902 Bogotá Colombia como ese gallo sin gallinas, al que canta medio en broma, y experimenta el abandono de ese niño huérfano a quien exalta cuando muere. Sin familia propia, de verdad, y con una naciente inclinación prohibida, comien- za a experimentar, vagamente todavía, que no pertenece a parte alguna y que tal vez lo considerarán algún día como un réprobo. El mundo brutal de los varones – que es el que produce los jueces más implacables – lo repele pero más frecuentemente lo fascina, y provoca paulatinamente en él la embriaguez del gozo en la derrota, pleno de un orgullo secreto: el de afirmarse como diferente y quizás superior. Después de un breve experimento como maestro (en el que rompe con la pedagogía tradicional cuando enseña a los niños una serie de materias como geografía, castellano e historia, mediante las peripecias de un viaje imaginario) es reclutado para uno de los ejércitos conservadores que participa en r e v i s t a r e v i s t a  