Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 22

Fe d o l e Garc Pe r d nan ro A jo G ó ía m e d z e la Ba n da Cees Nooteboom Carto gr a fí a de los e s pe j os La transmigración de las almas no sucede después, sino durante la vida. El año se encuentra ya muy avanzado, y él está solo en la playa guarecida en el interior de la pequeña bahía. Había ido allí para nadar, el agua aún no estaba demasiado fría. Después de nadar se puso a leer. Debió quedarse dormido y, al despertar, se da cuenta de que ya no está solo. Al otro extremo de la playa, junto al cobertizo primitivo desde donde la barca, que aún no ha visto nunca, puede echarse al agua por una rampa de piedra construida para ello, hay un viejo sentado en las rocas. Lleva un bastón en la mano, y en los pies unas sandalias destrozadas, con alas deshi- lachadas que le cuelgan. Tiene el torso desnudo, aún puede verse que en otro tiempo era un hombre vigoroso. Ahora la piel está cuarteada y seca como la de los lagartos, tiene que ser desagradable tocarlo. Su pelo, bajo el sombrero con aspecto de casco, es gris y está enma- rañado y sucio. Es la primera vez que el bañista ve a un inmortal; se mantiene inmóvil, confiando en que el dios no se haya percatado de él. El protector de los viajeros está cansado, se inclina con dificultad hacia el agua que el mar empuja hasta las rocas y se acaricia con ella el rostro. Durante un rato se queda contemplan- do el mar, luego se levanta y se dirige lentamente hacia el camino que, siguiendo la costa, conduce a la bahía vecina. Solo después, cuando el bañista se atreve a incorporarse, ve junto a las rocas las huellas de las sandalias en la arena húmeda y, a su lado, la extraña y repetitiva marca de las plumas. Cuando está solo la multitud se convierte en un enigma para él, entre los otros ya no sabe quién es. ¿Quiénes son? ¿Conoce su propia máscara? A veces, en los trenes o en las aceras bajo los rascacie- los, les pone nombres. Los acompaña a casa, duerme en sus camas carnívoras, cocina en sus sucios fogones, se acuesta con sus cuerpos, poseído de amor. Más tarde lo visi- tan en sus aposentos numerados los rostros siempre cambiantes llenos de labios amables, las maletas repletas de dientes y genitales. Frágiles y poderosos, han abandonado sus hogares para anidar en sus sueños guardianes. Alados tronos y poderes, señores de una carne enajenada. Esta vez se le acercó el perro que solía pasar a través de él. El mediodía ardía como la paja, él añoraba el río, las barcas con sus voces quedas. Sabía que tan solo seguía existiendo por su adicción al pensamiento, las series de palabras que colgaba encima de las cosas que no podían nombrarse, a pesar de sus nombres. Hacía mucho tiempo que nadie lo había tocado. Él mismo tampoco podía: su cuerpo parecía no existir. Cuando lo buscaba siempre estaba en otro sitio. r e v i s t a r e v i s t a  