Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 210

Ne l s o n Os o r i o Giacomo Leopardi entre el eros y la mística pueda entender, si a pesar del cielo, Bienamada, mísera o dichosa, haz de ser llamada. Como su casi contemporáneo Shelley y otros coetáneos, en medio de la reacción casi de paroxismo familiar, por ser católicos fundamentalistas, Giacomo renuncia al Cristianismo y se hace librepensador, con sentimental preferencia por los dioses del Olimpo Helénico. Los círculos reformistas de la “perversa”, “docta” y rebelde Bolonia lo hacen suyo, por un tiempo breve. Reformador social, liberal, opuesto a la represión pontificia, austríaca, borbónica, francesa o de donde provenga, Leopardi pide a gritos la resurrección, el risorgimento de la inteligencia, la elocuencia, el sentido histórico de sus conciudadanos italianos. Para su suprema desolación, no encuentra sentido y se pregunta cómo con la misma energía con que corrieron en histeria colec- tiva los jóvenes italianos de su generación a enrolarse en los ejércitos de Napoleón para morir en Rusia, ignoraron el momento his- tórico ideal para forjar su propia patria, y ahora, se aletargan frustrados en un sueño mortal, que soporíza todo anhelo. Una vez más, el joven conde de las desdichas retor- na en plena frustración moral al claustro- palacio- biblioteca de la tediosa Recanati de los rosarios y letanías, hasta alcanzar una nueva y desoladora agonía, en nombre de su invocada “Nuestra Señora de las Tinieblas”. Vida Solitaria La lluvia matinal, cuando sus alas en cerrada estancia la gallina bate y al balcón se asoma el lugareño, y cuando el sol naciente va traspasando con sus rayos trémulas las gotas mientras caen, yo en mi cabaña dulcemente llamando, me despierta. Me levanto y las nubes y el murmullo primero de los pájaros, el aura. Y a los campos gratísimos bendigo, pues de sobra les conozco, infaustas murallas de la ciudad donde el odio habita y acompaña al dolor, donde afligido vivo y pronto moriré. ¡Ay!, alguna aunque escasa piedad, a mí reserva Natura en estos sitios… Yo, de taciturnas plantas siempre coronado. Sábado en la Aldea La jovencita regresa de los campos cuando el sol va hacia su ocaso con sus haz de hierba recogida y manojo de rosas y violetas, en su mano, con el que, como suele mañana domingo, día de fiesta, piensa adornarse su pecho y el cabello. Con sus vecinas siéntase la viejecita a hilar junto a su puerta Vuelta hacia donde ya muere el día, Y cuenta historias de sus buenos tiempos, Cuando también ella para fiesta se arreglaba Y, lozana y esbelta, Bailar solía en la noche con los amigos suyos de la edad más bella. Ya el cielo oscurece, aun azul y caen sombras sobre cerros y tejados. La campana tañe por la cercana fiesta Bajo el fulgor de la naciente luna. De nuevo Florencia y la soleada Toscana con una especie de beca creativa otorgada por la Academia de la Crusca, al noble prodigioso de las más bellas traducciones griegas, lo llevan a la corte del gran ducado de Toscana. Ocurre ahora, como ya le había acon- tecido en Bolonia por la marquesa Teresa Malvezzi, una fascinación entre tóxica y devastante, primero por Carlotta Lanzoni, condesa de Médici y luego por la noble Fanny Torgguiani - Tozzetti, hetaira inal- canzable, evanescente, quien ni siquiera arroja una mirada al endeble helenista de la Crusca, doblegado bajo dos jorobas, como un grotesco atlas de alfeñique que carga sobre sí, todo el peso del mundo; un mundo que le aborrece por negación física a toda estética, cuando el mismo siente que el mar, que los astros, que los ríos y los relieves, sus amigos todos, las criaturas del bosque y del océano, le hablan al unísono con candor, en un lenguaje solo por él comprendido. A ti Aspasia En el alma, aún propensa a conturbarse, la suprema visión surge de nuevo. ¡Cuán adorada, oh dioses! como un día fue delicia y fue tormento. Nunca aspiro de un florido paraje, la fragancia, ni el olor de las flores por las calles, sin que te vea aún como ese día en que en coqueta estancia recostada toda olorosa de tempranas flores de primavera de color vestida, una oscura violeta me ofreciste. De vez en cuando, vuelve a mi pensamiento, Aspasia, tu semblante. Oh fugitivo por habitados sitios veo que brilla. En otros rostros o en desiertos campos –a pleno día bajo estrellas mudas­– por suave armonía reavivadas. Roma y Milán, en la última etapa de su corta vida tampoco estuvieron a la altura de su afán de ser comprendido y comprender. Con escasos medios de fortuna, debido al verdadero embargo de recursos al que le sometió su tiránica familia, y desprovisto como noble de su tiempo, del conocimiento r e v i s t a r e v i s t a  