Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 206

Ne l s o n Os o r i o Giacomo Leopardi entre el eros y la mística El infinito Siempre amada me fue está colina solitaria y esta espesura que por todas partes del último horizonte el ver me impide. Mas sentado y mirando interminables espacios, encuentro tras de sí, sobrehumanos silencios y profundísima calma e imagino en mi mente, hasta que por poco ya, estremezco mi propio corazón. Y cuando el viento oigo rugir entre la boscosa fronda, yo mismo al infinito silencio, a este susurro voy comparando y en lo eterno pienso y en la edad que ya ha muerto y en la presente que vive y en su voz. Así, en medio de tal inmensidad se ahogan mis pensamientos y el naufragar en este mar me es dulce. Los años de verdadera reclusión peda- gógica en la colosal biblioteca paterna de 30.000 volúmenes, algo de veras impactante a pesar de los 5.500 metros cuadrados del palacio Leopardi, trascurrirán bajo la seve- ridad draconiana de sus diversos preceptores eclesiásticos. Entre ellos un pintoresco je- suita mexicano, expulsado del virreinato de la Nueva España por Su Católica Majestad Carlos III, el Reverendo José de Torres, origi- nario de Veracruz (interesante conexión del joven conde Leopardi con el mundo hispa- no). Este contacto ciertamente le habilitará para ampliar sus espacios intelectuales hacia la observación de la naturaleza, su conexión con la historia, el progreso de la ciencia. Todo a la vez, con avidez de sediento. Con verdadera ansia cósmica, quiso Leopardi descifrar las vías del cielo reservadas de antiguo a los astrónomos y remontándose incluso mas allá de los griegos y romanos, a los primeros habitantes de la tierra, solo recordados entre la fábula y la leyenda. Tenía el apenas púber conde Giacomo un desmesurado, un insolente deseo de gloria sapiente, y el orgullo profundo de sentirse culturalmente “itálico”. En sus ojos juveniles y en la dedicación casi frenética a los estudios, mostraba ya una virilidad guerrera de propósitos que no logrará ser nunca doblegada por el pesimismo filosó- fico, ni por la decadencia sin fin de su cuerpo torturado y descompuesto que antes de los 17 años, había producido del infante blondo y angelical, un adolescente con doble joroba, raptus asmáticos continuos, fragilidad ósea, e inmensas, inmensas ganas de gritar y gritar. Prisionero de su propio cuerpo y estirpe, reinaba soberano como un reyezuelo de miserias humanas en la atemporal Reca- nati, remoto paraje del más anacrónico de los Estados: aquel regido por la Augusta Santidad de Pio VII. Suenan y suenan las campanas de Lore- to…“y sonarán hasta hacerme reventar”: La luna Oh, graciosa Luna, yo bien recuerdo que hoy hace un año, en esta misma colina, lleno de angustia, venía a contemplarte. Y entonces, pendías sobre el bosque tal como hoy lo haces, que todo lo iluminas. Trémulo e incierto, por el llanto que mi rostro bañaba, pues doliente era mi vida y sigue siéndolo, nada ha cambiado, ¡oh amada Luna! Pero mucho me alivia el recordar y el recordar los días de mi dolor. ¡Ay! cuán placentero en la edad juvenil cuando aún es larga la esperanza y la memoria breve, el recuerdo de cosas que pasaron, aunque sea triste y la aflicción perdure. Las tradicionales o también las originales preguntas que los adolescentes suelen plan- tearse a sí mismos, a sus padres, hermanos, amigos, a efecto de adquirir conciencia de esta vida y de este trasegar terrenal que Dios a diseñado para su criatura, el hoy llamado “joven fabuloso” se las formulaba a los libros, incluso incunables, griegos, latinos, hebreos, aun en sánscrito, provenientes de la formidable colección de Casa Leopardi. Esa voracidad de saber, de “studio matto”, como el mismo la llamó, arruinó sin regreso su salud y lo consumió en la expresión lite- ral del término. Todo lo inspira en su vida cotidiana de noble rural, pero sobre todo de atento observador: el paisaje del campo circundante, el jardín florecido, los lamentos sobre la caducidad del hombre, sobre lo fugaz del tiempo al oír del tictac de un reloj o a la vista de un sepulcro juvenil; el horror de la desdentada calavera o de la máscara carnestoléndica, le llevaron hasta el amor y la muerte, cantados con sensual sentimiento. Manusocrito del poema El Infinito. Amor y muerte Muere joven, aquel que al cielo es grato Al amor y la muerte, un tiempo hermanos quiso engendrar la suerte. Otras tan bellas cosas, que ignora el mundo que ignoran las estrellas. Nace del uno, el Bien nace el placer mayor que por el mar del ser, pueda encontrarse. La otra, todo dolor, todo gran mal anula. Bellísima doncella dulce de ver no como las gentes pusilánimes la pintan. r e v i s t a r e v i s t a  