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Ne l s o n Os o r i o Giacomo Leopardi entre el eros y la mística Giacomo Leopardi entre el y la En nombre eros mística Por Nelson Osorio de una tradición ancestral que ligaba el ilustre nombre de la estirpe al santo cruzado Taldegardo, el anuncio del nacimiento del primogénito de la casa condal de los Leopardi, di San Leopardo, sería repicado por un carrusel de campanas que partiendo del palacio solariego de Recanati, alcanzaría de torre en torre la catedral de San Leopardo en la vecina Ósimo, pasaría a la románica y primorosa San Ciríaco de Ancona, hasta llegar al venerable santuario de la Señora de Loreto, donde el legado pontificio, cardenal Cic- cognani, anunciaría a la Augusta Santidad del Papa Pio VII Chiaramonti, que el linaje milenario de los Leopardi di San Leopardo, contaba ya con un nuevo heredero. Era el 29 de Junio de 1798 y Giacomo Taldegardo Francesco di Sales Saverio Pietro, llegaba a este mundo como lo atestiguaría la comadrona: “con los ojos abiertos, muy azules y muy abiertos”. La parturienta marquesa Adelaida Antici – Mattei, condesa Leopardi, la abuela duquesa Virginia Mosca, la tía princesa Olimpia Corsini – Salim- beni, pronto difundirán por Milán, por Roma y Florencia, que Monaldo y Adelaida eran padres. Y fue fiesta noble y campesina en la bucólica Recanati, de 4.000 almas feudalmente recogidas alrededor del palacio Leopardi, en verde colina de frente a un mar azul profundo, color turquesa adriática, en un perdido rincón del ultimo dominio temporal de los Santos Padres: el anacrónico Estado Pontificio. El niño conde había apenas abierto los ojos de su alma al mundo en edad más que precoz, allí en aquel particular lugar natal, entre mar y colinas, cuando ya empezó a meditar sobre tres elementos existenciales profundos de su trasegar vital: el dramatismo, la temeridad, la rebeldía. No existe página sobre Giacomo Leopardi que no se refiera a la tragedia espiritual y aun social, de su breve vida. A la hostilidad del medio circun- dante y más allá, a la frustración angustiada y angustiante de sus senti- mientos; al asfixiante círculo familiar anclado, casi que patológicamente, a un orden reaccionario y decadente; a sus propias vicisitudes materiales; al amor o quizás a la irrealidad nunca consumada de sus devastadores enamoramientos sin respuesta; a los raptos contradictorios de tristeza y energía y de contemplación y sensualidad; a la depresión melancólica que le sojuzgaba como un tirano a su esclavo; a su orgullo de casta en pugna con su ideario de igualdad; a su ironía, su vanidad, su contemplación exaltada del cosmos, del infinito, de un mañana que profetizó con visión de Casandra y llanto de poeta, mientras agonizando a los 38 años, divisaba la cima del Vesubio coronada en llamas: r e v i s t a r e v i s t a  