Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 194

I sa í as Pe ñ a Gu t ié r re z Ramón Cote, sin embargo, advertiremos que reposan anclados en la breve eternidad de nuestros espíritus. Quiero citarlos (algunos son personas de carne y hueso; otros son sujetos materiales que haciendo ósmosis con los humanos pasan como unicornios azules ante nuestros ojos; y otros son objetos que se hacen sujetos al hacer presencia perma- nente ante nuestros ojos). Y los cito en su orden de aparición para recordarlos a todos: las demoliciones, el repartidor de carbón, los fotógrafos del parque, los zapateros ambulantes, el jardinero, los vendedores de corbatas, el afilador, el carruaje de los calderos, el melancólico errante, las casas de electricidad, los buses, los hidrantes, las bicicletas de carnicería, el Pasaje Almirante, el muro de la 67, los taxis, las camionetas de lavandería, el trueno y la lluvia, el último cartero, la Ciudad de Hierro. Esta relación alude a objetos materiales, a sujetos mecánicos y a sujetos biológicos. El poeta ha detectado que la vida humana ha superado las clasificaciones que antes aludían a los sentimientos y afectos de los seres normales. Ahora, la unión permanente de un hombre sobre la bicicleta de reparto, ha desencadenado otra forma de ser. Y así con las diferentes clases de automotores, llámense camioneta, bus o taxi, especies de unicornios con cabeza de hombre y cuerpo de carrocería. Todos esos seres, nos ha hecho caer en cuenta el poeta, nacieron bajo el fulgor de todo nacimiento y luego han ido convirtiéndose en los vestigios de una ciudad que todo lo demuele de manera apresurada. El poeta siente por todo esto un poco de nos- talgia, nostalgia que muy pronto es superada por una rabia desconsolada, por un cifrado Poemas desencanto que no se cansa de preguntar acerca del por qué de la extrema brevedad que separa la vida de la muerte, que separa el fulgor del nacimiento de la tristeza del vestigio, del ser para desaparecer. Botella papel, en síntesis, es el mapa inevitable de los recorridos de unos fantas- mas que todos conocimos en las calles, en las esquinas, en las paredes, en los andenes, en su cielo y en su lluvia, que veíamos sin ver, que nuestra retina no imprimía del todo porque pasaban fugaces en una película parecida a la cinta de Moebius, y que, por fortuna, el poeta ha detenido en estos bellos e inteligentes poemas finiseculares. Por último, los poemas de este libro de Ramón Cote Baraibar, escritos a doble “columna” -porque luego de la historia- semblanza-cuento-poema, por ejemplo, del “Jardinero”, viene la “Oración por el jardinero”-, construyen una textura interna de extraordinaria riqueza. En “Bicicletas de carnicería”, el poeta escribe: “Por las alace- nas vacías, por las vajillas incompletas, por las baldosas enceradas al extremo, por las mesas de planchar, caminan ahora solitarios alacranes”. El tejido de cada poema nos da todos los vasos comunicantes de unos seres vivos que pasaron de la euforia del estreno a los desafueros de unos vestigios apresurados. Duele saber que todo se ha oxidado, pero se siente el amparo del poema que no nos de- jará fracasar, porque las bicicletas seguirán pasando de derecha a izquierda. Porque, como dice Ramón Cote en su poema al hi- drante, a veces es lo mínimo lo que nos salva. (Bogotá, Casa de Poesía Silva, agosto de 2016) BOTELLA PAPEL Ramón Cote Baraibar. Primera edición. Norma, 1998. Tercera edición, Taller de ediciones Rocca, 2016 Demoliciones Esta es la provincia más saqueada, la princesa impotente sepultada entre las zarzas. Este es el territorio del eco, el espacio elegido por la pasión he- ráldica de la humedad para trazar con la punta de su espada el inicio de todas las destrucciones. Sólo los niños comprenden que las casas demolidas son el lugar indicado para inventar sus ceremonias y convierten los lavaderos sin pedir permiso y con los ojos abiertos hasta la tiniebla, en impro- visados altares del sacrificio. Reúnen ladrillos como si participaran de algún rito iniciático y se sientan alrededor de los escombros con la seriedad exigida en los templos. Y le asignan a la escalera deso- lada, a su aturdido caracol de madera, el poder de un observatorio. Aprovechando la llegada de la noche amontonan los desperdicios arrojados por los vecinos, recogen el pasto seco desdeñado por los jardineros y encienden una fogata con ese resto milagroso de alcohol que empapa las botellas vacías. Para algunos ese será el primer recuerdo del fuego, el ardor de su nombre pronunciado en la combustión de las llamas. Sobre la pared huérfana, descubierta y desprovista de la casa vecina, más allá de los restos de azulejos de los baños y casi a punto de tropezar con el cielo, se arrastra una línea diagonal que marca el perfil de la casa desaparecida, como una cicatriz brutal y dolorosa. Los nuevos propietarios se apresuran a levantar, como una lápida intrusa, la valla que anuncia la empresa encargada de la demolición y el torpe dibujo a colores del próximo edificio r e v i s t a r e v i s t a  