Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 166

Poema Pe d ro s A l e jo G ó m e z r na ndo e s De Carto gr a fí a Fe de los pe j ni os s Marioneta Poema del cazador de aves Es probable que el otoño ya haya madurado sus hojas, que haya enrojecido los bosques y en las orillas del Magdalena el viento recoja sus cáscaras doradas. A esta hora ya debe ir detrás de tus huellas, detrás de la fosforescencia que tus cabellos arrojan sobre los prados. En invierno yo buscaba tus ojos en los pantanos, tu risa de agua inundando las estancias vacías, los estanques rebosados de colores del otro mundo, mientras abajo, en el claro taller de metal y fuego, forjaba mi arma para raptarte. ¡Cuántas veces pude encerrarte con mis pájaros y siempre te me escapabas! La noche urdía su misterioso destino, te vestía de luz y de sombra para que los astros bajaran hasta tus manos blancas y te calentaran el rostro. ¿Cómo puedo amarte si corres todo el día de un lado para otro y no logro detenerte? ¿Cómo besar tus labios llenos de canciones remotas, de sagas que repites junto a los lagos, de poemas celtas que recitas de memoria? Al alba me despierto ebrio en los graneros, con mis ropas sucias por el hollín de la madrugada, y el aroma del mar me recuerda tu aliento. Entonces me enveneno otra vez de ti, de tu pureza infinita, de tu ternura de árbol, y me arrojo a buscarte. Hoy vengo vestida de luz, vestida para fastidiar a las sombras. El esplendor que me cubre es una canción que brilla, el canto azul de una imagen que susurra en los bosques. Vengo de lejos, de una noche antigua, de una lejanía que no alcanza a vislumbrar los ojos. Mi lugar está en la luz, en el rayo, en las palabras del fuego. En estas palabras que brillan. Lentamente fui bajando de las colinas contando mariposas y cometas, contando diamantes en mis bolsillos. Con el vestido manchado de esplendor veía descender los enardecidos crepúsculos, allí donde el Magdalena vierte sus jardines y es asediado por infinitas auroras, por incansables primaveras que iluminan su mente. Un árbol fue mi casa cuando nací, el frondoso roble donde un envejecido laúd lastimaba las horas. Mi cuerpo de madera brilla, se estremece bajo los cielos ingrávidos de los trópicos. Yo estaba sola en la orilla; arriba, en el techo del mundo, pájaros agoreros de la sombra, los murciélagos con chillidos infernales batían sus alas enormes. Con prisa de liebre hasta el cementerio y me escondí. Aquí, entre tumbas, entre las letras grabadas en el mármol, la noche se sumerge en sus aguas, en sus pozos de piedra, la noche que entra en mis ojos como un ángel de vidrio. Sé que estoy sola en el centro de la tierra, que mi cabeza está sonrojada de olvidos, que no recuerdo el tiempo, que mi nombre es todos los nombres y es ninguno. Sé que ayer estaba aquí, erguida como una estatua de bronce cantando bajo los entristecidos sauces. Lloro y mis lágrimas son perlas sobre la negra tinta. Estoy sola como el silencio y como la música. Mi soledad es infinita. Aunque no obtendré una moneda en el sombrero sigo actuando bajo el insaciable teatro del mundo. Y erguida bajo el cielo magnánimo y sin metáforas aún le arranco viejas canciones a mi laúd, viejas plegarias. Como dádiva quiero darles mi sonrisa de árbol, quiero que todos ustedes, los muertos, sientan un poco de orgullo en sus tumbas. r e v i s t a r e v i s t a  