Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 164

r na ndo e s De Carto gr a fí a Fe de los pe j ni os s Pe d ro A l e jo G ó m e z poemas de Fernando Denis Invierno El invierno entra en la casa con sus joyas de hielo. con sus pulseras, sus talismanes blancos, trae una luz amarillenta de animal fabuloso para grabar en los búcaros sus rojas, amarillas salamandras. Deja heladas cicatrices en los techos de zinc, en los cobertizos resuenan sus garras, sus dientes de lobo. En las noches de lluvia me despiertan sus alarmas. La noche inmensa siempre está llena de pupilas de gatos, de herrumbroso pelaje, de lámparas que se derriten en las buhardillas, siento espejos de hielo desgarrados por las uñas del oso polar. Pienso en los témpanos, en las colmenas, en los glaciales, y me conmueven también Dvorak y la abigarrada música del nuevo mundo en los oídos del hada madrina bajo su paraguas. A última hora arrecia la granizada, baja por los suburbios, mancha de gris el traspatio donde duermen los pavorreales. El invierno se tiñe los cabellos al llegar al bosque, abre la verja, dobla por los callejones de ladrillo rojo siguiendo el blanco tañido del templo de las siete puertas; habla de la guerra fría con el centinela, pone en el crucigrama la palabra i-c-e-b-e-r-g, siete letras, y luego se marcha hacia el sur. Swinburne en el infierno Ahora que el tiempo me niega el sueño mortal, el sueño que soñé en el mar de Inglaterra. Ahora que soy invisible y no me recuerda la luna del espejo, y no encuentro los libros que escribí, ni al hosco rey ebrio que prometió beberse mis cenizas en una copa de oro. Ahora que mi memoria se conserva en frescos terrones de barro y sobre mí crecen los álamos y los almendros, ahora no temo dispersarme ciegamente y hundirme en las esferas hasta las mansiones de los muertos. La noche del infierno es más antigua que la noche de Londres. Aquí el tiempo es un negro crepúsculo y no es necesario que nos volvamos de piedra y siete idiomas aseguren nuestro epitafio. Este es el reino misterioso de la lucidez humana, el sueño vertiginoso del fuego incesante que no quema las almas de los hombres impíos sino que enciende el pensamiento. Cuando aún la tierra me concedía sus dones secretos yo imaginaba que cuando alguien moría lo enviaban a un mundo idéntico para que se fuera acostumbrando a la muerte. ¿Cuántas veces habíamos muerto desde el primer instante y no lo supimos? Algunas veces logro escuchar las pisadas de los vivos detrás de las paredes, y me asustan más que las pisadas de los muertos. Yo sobreviví sueños desaforados, a la guerra de ciudades imaginarias, a su enferma incertidumbre, pero la escena del tiempo duró más que el oro de mi palabras y la hermosura que me diste. r e v i s t a r e v i s t a  