Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 162
Los mosaicos Carto
de Babilonia
Denis
gr a fí a de de Fernando
los e s pe
j os
E n d r ro
i q u A e l Ser
o ez
Pe
e jo r G a ó n m
conmueve y vivifica, y nos deja arrasados,
como la alucinación.
Los mosaicos de Babilonia, que ahora
presentamos, es pues una frondosa anto-
logía de la poderosa y sugerente poesía de
Fernando Denis, frente a la cual no son
posibles ni indiferencia ni desacato, pues
el lector queda pasmado en un trance de
larga duración. En una duermevela poética
implacable, cargada de imágenes rutilantes.
Voy a darles algunos ejemplos:
“¿Ves los jardines vigilados por
murciélagos, entre las verjas oxidadas,
entre los matorrales, una cabeza de
mármol en las manos de una niña, un
fuego antiguo en sus ojos azules donde
arden las islas? …”.
“Me duelen los bronces fundidos de la
aurora, las letras misteriosas hundidas
en el epitafio del mundo…”.
“El cielo lleno de leopardos baja hast
tus ojos y bebe”.
“…las almas que en el mar se
ahogaron embellecieron este
crepúsculo, y han llevado mi
música por las arenas hasta las bocas
de los acantilados”.
Como pueden ver, y oír, e intuir, se trata
aquí de algo misterioso y contundente, de
“alucinante belleza”, como de un Sansón
que tiene por costumbre derribar templos.
El poder ciego de las palabras, la magia
de las imágenes, la cualidad de cargar el
mundo como un arma, de hacerlo almacenar
energía, y de hacerlo estallar en esquirlas
penetrantes y lúcidas.
Un poder que seduce a ver más, a oír
mas, a deshacerse en cifradas cavernas
platónicas, enloquecidos por el fuego y por
el agua, por el poder elemental de las ver-
tientes, la furia de las cascadas, o la sordidez
de las profundidades. Una brillante sujeción
de oro a la parte maldita de la que hablara
Bataille, en un mundo que ha perdido mucho
de su brillo, que al parecer claudica y pericli-
ta en una existencia ruda, masiva, en la que
tomarse el tiempo para gozar del espectáculo
del cosmos se ve como derroche y locura.
¿Qué más quisiera el poeta que estar
al abrigo de esta torpe brutalidad, de esa
cárcel del alma que nos hace inmunes
al tempo de la poesía? Pero no puede, y
se resiste con una fuerza gloriosa, quizá
inútil, con un valor que apenas conmueve
a sus verdugos, pero que queda en el verso
como testimonio de un poder oscuro, cifrado
secreto. Una vitalidad adicional que lo redi-
me de un orbe perdido. Así, creo yo, contra
todo lo que se oponga, tozudo, escribe sus
poemas Fernando Denis.
El asombro y el desconcierto del que
hablara William Ospina, la “hojarasca casi
selvática de sus palabras”, a la que se refiere
José Ramón Ripoll, la furia de las metáforas
desencadenadas en algo que va más allá del
efecto barroco de sus poemas, ya no son
sólo características sonantes de su poesía,
sino posibilidades expresivas que, pura y
simplemente, no habíamos contemplado con
tanta acritud, con tan sólido ritmo, como lo
hace este poeta desmedido, como un cauce
desbordado que cupiera todo en un pequeño
pozo. No claudica, no cede, como no lo hi-
ciera tampoco su Tamburlaine de Marlowe,
ante la furia de la adversidad.
He ahí quizás la razón de ser de estos sen-
cillos actos de alabanza y reconocimiento,
que llevamos a cabo ahora, en una época tan
desangelada y gris, en la que, sin embargo,
fueran otra vez necesarios los Rimbaud, los
Cavafis, los Quasimodo, los Lautremont, los
Vallejo, los Coleridge, los Blake.
Incluso la poesía colombiana –que tiene,
sin duda, sus glorias y sus gracias– no había
visto desde hace tiempo a un poeta de estas
características tan devastadoras, quizás
después de los días febriles de Gómez Jattin,
o quizás nunca antes. El fuego está en ella,
y la sangre, y la hybris de la embriaguez
o del desenfreno, pero también hay en sus
orillas momentos de sublime calma, lenta y
dulce, y de allí salen duendes que no saben
hacer ningún ruido. En una hora afortunada
nació, para no morir sino cuando todo sea
presa del silencio.
Celebremos pues esta poesía, que bien lo
vale, y sintámonos tranquilos en sus orillas,
mientras duren, porque hemos sido sujetos
de gran suerte por ella.
“Muero de luz a la hora en que nace el
universo otra vez. Escribo imágenes, duer-
no con imágenes que al llegar el alba me
devoran”.
Julio 28 de 2016
r e v i s t a r e v i s t a