Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 160

Poema Pe d ro s A l e jo G ó m e z Carto gr a fí a de los e s pe j os La poesía es un arte de vértigo, y, por tanto, de ascensos y descensos. Ir hasta los entreveros del mundo, subiendo a las cimas heladas del exceso, porque el infierno es dulce pero cruel, como anotara Algernon Charles Swinburne, en sus febriles versos: Orígenes Vengo de una infancia aureolada de soles y custodias de oro que hacían soñar con algún cielo florecido de vírgenes y ángeles demasiado remoto para despertar deseos. Vengo de montañas frescas y aurorales que protegen en sus pliegues recónditos a un río -el que canta indescifrables viajes sin regreso- y nutren bosques donde quedó flotando la voz de un niño perdido para siempre. Vengo de casas conventuales y sombrías donde castas mujeres alejadas del mundo laborando rezaban y gorjeando esperaban morir en paz y un cielo como premio a sus menudas luchas y domésticas cuitas. Sus voces sedantes todavía resuenan suavizando pesadillas con humildes palabras. Allí varones con dignidad se empobrecían hablando mal del godo raso y de la Santa Trinidad. Soñé con la existencia remota de los muertos aferrado a la reja de un blanco cementerio en noches de luna llena entre los pinos. Creí en la relación entre dioses y animales y entre madres muertas y árboles susurrantes. Quise permanecer fiel a los juegos de infancia y burlar los deberes del adulto enjaulado al explorar desnudo el laberinto del mundo arriesgando el perderme para poder encontrarme. Porque la contradicción extrema fue mi sino me tocó contemplar de lejos lo que amaba y padecer por dentro lo que odiaba volar muy alto para conocer el abismo y sumergirme en el fango para vislumbrar las alturas. Retornaré a ti, madre generosa y dulce,  amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar. Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los seres,  pugnando por besarte y fundirme en ti,  por asirte en un feroz abrazo.  Latir del hijo del fuego que quisiera, desatado, des- cender hasta desiertos quemados a contemplar la derrota más honda, para ascender luego, sans répit, a selvas lu- juriantes o a campos feraces. Discurrir sin ruido entre el ruido del mundo, o en la delicada armonía de las esferas, o en el silencio estremecedor del universo; observar la ruina de los paisajes de Piranesi, o la cálida plenitud del bosque de los cuadros prerrafaelistas; deambular en las íntimas regiones en donde reina la nórdica lubricidad de las Valkirias, o junto al seno delicado de Beatrice Por- tinari, remontando a la sazón la riba de los Pedruscos. Soñar entre los brazos de Lilith, o de la maga, o de la sirena, como una suerte de François Villon del Caribe. Todo eso es Fernando Denis, poeta de la revelación, místico de las calles. Porque embriaga a cualquiera leer, casi por vicio, La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner, Ven a estas arenas amarillas, El vino rojo de las sílabas, La mujer que sueña en las murallas, La Geometría del agua, o los Diálogos con la escultura secreta; en suma, la poesía hermética y luminosa, de la que hablara Raúl Vallejo, con la que su sensibilidad nos Los mosaicos de Babilonia de Fernando Denis Por Enrique Serrano r e v i s t a r e v i s t a  