Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 80

Pe d ro A l e jo G ó m e z Carolyn es entre nosotros la presencia de un testigo, sería difícil encontrar a otra persona que haya visto lo mismo que ella sin herirse los ojos. En estos poemas sentimos que el lirismo más doloroso coincide con una reflexión política en sentido amplio. Sin que ninguno de estos términos, el lirismo y la política, se perviertan mutuamente en la Carto gr a Sa fí a nt de los E e s s pi pe j os i ago nosa ecuación: “ve tras eso que está perdido”, nos dice, “y las fosas comunes de las muer- tes del siglo se abrirán en las horas de tu amanecer”. Esta escritura, como ocurre con la poe- sía de María Mercedes Carranza, diluye las fronteras entre la Historia y las historias de todos. Ella misma, como poeta y como inte- lectual, en sus escritos y en sus clases como profesora de la Universidad de Georgetown, ha construido otra manera de leer la tradi- ción. En su antología ya canónica, Against forgetting, vemos a través de Nazim Hikmet y de Paul Celan, de Ana Ajmatova e incluso de Emily Dickinson, que la poesía también ha sido en muchos casos el último vestigio de salud individual frente a una sociedad anestesiada por el horror o la indiferencia. Con su libro El país entre nosotros, de 1982, una búsqueda conmovedora a través de sus experiencias en Belgrado y El Sal- vador, a través de sus propias memorias en Detriot, y que tuvo una recepción inusual para la poesía acostumbrada a los tirajes cortos y los pequeños grupos -en su año de lanzamiento vendió más de 60.000 copias-, Carolyn se situó desde muy temprano en el centro de las discusiones. Lo que la distingue de otros poetas comprometidos con el dolor, sospecho, no es lo que cuenta sino el respeto por lo contado. Su protesta, como ocurre con la mirada de los niños, consiste en contar con los ojos abiertos lo que vivió: “lo que han escuchado es cierto. Yo estaba en su casa”, nos dice en su famoso poema “El coronel”, cuando debió presenciar que un personaje siniestro le arrojara sobre la mesa una bolsa de orejas humanas. Desde su condición de viajera, entre el aquí y el allá, Carolyn conversa en voz baja con los muertos de la violencia, como el que acerca a sus retratos una cerilla: “los lamentos de aquellos que desaparecen/ tardarían años en llegar aquí”. Les habla a sus compatriotas, también muertos porque no escuchan, sobre las paradojas de un país tranquilo que compra en el supermercado sus lechugas y papayas, su azúcar y su café, pero no advierte de su papel casi siempre violento en los países que lo producen. Y busca en su infancia las claves de un país no menos real, deslumbrante por los soldados y los veteranos porque siempre está en guerra. Whitman se volcaba hacia frente a sus compatriotas orgánicamente. Carolyn lleva esta solidaridad mucho más lejos, nombran- do con sus palabras los puntos ciegos de la historia del mundo: …una mujer Que ha frotado tanto sus brillantes ojos grises durante el dolor que puedes ver en ellos todo lo que ella ha visto el siglo, del cual se han ido veinte años, muchas guerras, un fuego de papas negras… Cuando alguien desciende a las profun­ didades del horror, fallan las palabras y los testimonios, parece decirnos Carolyn, y sólo nos queda el poema para tratar de figurar este grito de ceniza. Es aquí cuan- do esta poesía, un testimonio personal de la que ha visto muchas guerras y muchas despedidas, adquiere las dimensiones un llamado colectivo, como si estos poemas no fueran estaciones de una vida sino un viaje por todas las regiones del país del dolor. Y las víctimas y las viudas, las mujeres sin gracias que vieron el exilio, los despatriados, tienen su fuego en la memoria gracias a que Carolyn ha escrito sobre ellos. San onofre, california Hemos avanzado mucho al sur. Más allá, la más vieja mujer bombardeando limas en chales negros. Portillo rayando su nombre en las paredes, los delgados listones de orín, niños acariciando el lodo. Si seguimos, podríamos parar en la calle en este mismo lugar donde alguien desapareció y podríamos escuchar las palabras ¡Ven con nosotros! Si eso sucediera, conduciríamos nuestras vidas con las manos atadas. Es por eso que sentimos que es suficiente escuchar al viento meciendo limones, a los perros andando en las terrazas, sabiendo que mientras las aves y el tiempo caliente se mueven siempre al norte, los lamentos de aquellos que desaparecen tardarían años en llegar aquí. r e v i s t a r e v i s t a  