Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 72
Pe ui d s ro A n A toni
l e jo o G d ó e m Vil
e z l e na
L
Al verte desnudo vuelvo a ver la vida que nuca será.
Recorro, otra vez, las doradas galerías,
aunque nadie responda a lo que digo…
Eres vida y además, muchacho, ilusión de la vida.
Yo sólo soy una esfinge, hago preguntas y espero morir.
Pero no tengas miedo, es preciosa tu piel, preciosa,
y sonríes con la majestad del flequillo caído…
Un viejo es un pecado. El viejo sólo otea la vida.
Ojalá sea alguien entonces tan generoso contigo.
Emblema del fin
Un día de mucho calor. Mes de Julio junto a Mesopotamia.
Un gran ejército romano lucha, otra vez, contra los persas.
Su capital, la gran Ctesifonte, está muy cerca.
Y el emperador
Juliano que comanda las tropas (el emperador filoheleno,
bajito
y barbado) siente que la sombra de oro de Alejandro
Magno
se extiende por las llanuras áridas y los ríos caudales
como un gran sueño recobrado de Imperio y de dioses...
Una lanza lo hiere -cuenta el gran Amiano Marcelino-
y aún se corta más al intentar extraerse la hoja agresora.
No hay ángeles cristianos ni abyectos traidores,
es sólo el destino (pensará el historiador) de por sí afecto
a los giros insólitos y a otras menos plausibles abyecciones.
Juliano morirá en su tienda imperial, cuando el sol feroz
se vaya poniendo. Queriendo imitar a Sócrates o a Séneca,
algunos amigos del Augusto, doctos en letras sabias,
hablan de la belleza del alma o la tranquilidad del
Aqueronte.
Juliano, ensimismado (su único hijo murió hace años
y prácticamente no tiene familia) no teme a la muerte,
pues nunca la temió. Pero sabe que los galileos odiosos
borrarán su obra. Intuye el llanto de Páladas y de Hipaba.
Carto gr a fí a de los e Poe
s pe ma
j os s
Las llamas contra los dioses en Éfeso o Alejandría.
Y al irse – siente que lo lleva una barca muy lejos –
oye el llanto de Perséfone y observa la sombra dorada
del gran Alejandro desvaneciéndose en un ocaso rojizo.
Todo acabó. El emperador y el trípode de Delfos. Él
y las santas vestales. Corre el año 363 de una era que
llamarán de Cristo, del Crucificado, de la oscuridad
y la pobreza de un mundo, por siglos, sin alegría.
Los ballesteros persas chillan desde las murallas.
En Roma se rasgan solos los Libros Sibilinos.
Lectori salutem
Amable lector, siempre presente
y ausente casi siempre…
He pensado siempre en ti,
casi nunca te he tenido en cuenta.
Apenas hoy abro por una vez
este ventanuco que nos comunica.
Escribo para cientos o miles,
pero, en el fondo, sustancialmente
para el lector en que yo mismo
me vuelvo al acabar el poema
y corregirlo o intentar corregirlo.
Agradezco las palabras anónimas
que a veces me llegaron de ti…
Creo en tu emoción y en que harás
otro poema que no entenderé.
El poema quiere rehacer la vida
y no puede. Levanta entonces otra
vida perfecta, acaso, pero imposible.
Siempre pienso en ti, lector.
No sé quien eres. Te emocionarás
y no entenderás los guiños más íntimos.
Y si el gramático llegara a ellos
(no sé qué día) no llegará a mí.
Intenta vivir y ser feliz,
el poema ayuda y salva
pero sólo en la calma de la inteligencia.
Apelo a ti, Perféfone oscura,
Coronada de asfódelos…
Pido descansar en tu silencio
y sombra. Tú reinarás
al final de todo, pero hasta
tu nombre será del olvido.
Hola y adiós, lector.
La despedida es eterna.
El poema ayuda a vivir.
Y la vida es una trampa grande.
Somos sombra y sol,
perfume y niebla.
Mentira muy verdadera.
“Vexillas regis…” Avanzan los estandartes
del Rey del Infierno.
r e v i s t a r e v i s t a