Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 60
Carto gr a fí a de los e Poe
s pe ma
j os s
L
Pe ui d s ro A n A toni
l e jo o G d ó e m Vil
e z l e na
Salaí La mort de l’artiste
Sería tan hermoso tu irrumpir en mi vida...
Una mezcla muy dulce de fuerza y de ternura.
Esas palabras bruscas que dices a menudo
(muermo, leja, debute, toña)
para hablarme luego de mí, pausadamente,
o contarme tus lances de estudios y deporte...
Podría alguna vez exagerar contigo,
y en íntimos momentos, cuando tu pelo baila
y tu cintura en la caliente sábana, decirte:
No pareces real, y te brillan los ojos como una joya
antigua. Y tú me callarías, sonriente, en la penumbra.
No entiendes, a veces, por qué hago o digo algunas
cosas. Y lo que leo, otras, te parece tedioso...
Y yo tampoco sé por qué te gusta fingirte duro,
a ratos, tosco (que no lo eres) y hacer chanzas
obscenas con amigas, en noches imposibles...
Ocasiones te encuentro enfrascado en los libros
y me dices que lees Las hazañas de Arturo y de sus
nobles pares. Eres una mezcla de rubíes y lodo,
de pasión y dulzura, y te amo sobre todo en esos
días claros, calurosos, en que tu cuerpo brilla como
un regalo soberbio junto al agua, y a tu andar
tienen sed los que se bañan y mis ojos te tejen azoras
sin saberlo...
Joven rey en un país de muertos,
que vendrás a salvar, rudo y bello, mi vida. Circundados los ojos de profundas ojeras
y de anillos los dedos, un hombre viejo a medias
se pasea despacio por la antigua y enorme
habitación de un lujoso hotel en la estival Venecia.
Los veladores saturados de libros y tarjetas,
y lienzos sin corniche –retratos de Serov y de Matisse–
aupados en las sillas doradas Luis XIV.
Sobre el aparador, bajo una luna gigantesca,
paquetes de Kedives y ampollas de morfina
se amontonan junto a sobres, relojes de bolsillo,
y un búcaro en cristal con rosas y camelias.
Envuelto en una bata de lampas y dragones,
con frío y con cansancio al mismo tiempo,
el hombre enciende un cigarrillo y toma
la copa donde el vino del Rhin se vierte
de continuo entre hielo y burbujas de agua sódica.
No son ya los días de París, es evidente,
y tampoco el lejano Petersburgo del invierno,
donde volvía al alba, en trineo, a la casa,
arropado con martas y bailarines nuevos
con los labios pintados y perfume de armañac y sexo.
Lejos también los cuadros, los pintores,
las soñadas grandezas de obras suntuosas
donde el atrevimiento se fundía con un lujo
anacrónico y bárbaro, como la primavera de Crimea.
Ahora quisiera oír de nuevo a Ravel o a Prokofiev
interpretando para él Tristán e Isolda.
Pero es un día nublado de agosto. Y 1929 en Venecia.
El vino del Rhin, la morfina, los cabellos dorados
de los ángeles, el olor del incienso, Misia Sert
se aproxima, los grandes decorados del Pájaro de fuego,
Coco Chanel, el invierno terrible, la esmeralda
Dolguroki brillando como un dolor pagano,
y los barcos ligeros colmados de púrpura y atletas
acercándose entonces, entre cubos nevados de champagne,
a Capri reluciente... Yo sé que no he hecho nada.
Pasó el verano breve y hubo siempre tristeza.
Nunca quisiera haber salido del útero materno.
r e v i s t a r e v i s t a