Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 32
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Carto gr a fí a E de
los
pe j t os
R afae l Cad e na
El
altiplano boliviano visto desde
Nueva York. Desde ese exilio aca-
démico, al recobrar sus raíces, en un único
viaje que une a Cochabamba con Gaza
y Cisjordania. Matanzas de palestinos y
muertes de mineros en rebeldía, contra las
multinacionales de la explotación.
El viaje a Granada es viaje a fondo de
alma. Y la sangre impregnará ambos desier-
tos, el del Oriente y el de los Andes. El del
olvido y la resistencia.
el corazón de Pedro Páramo y Eduardo
Mitre a la vez.
Los puentes, como en Vitrales de la
memoria (2007) nos llevan de las calles de
Manhattan a la casa de Cochabamba, donde
su abuelo Elías
“inmigrante de Palestina,
que al principio se hizo minero,
comerciante minorista luego,
y que en su lecho de enfermo
fueron sus interlocutores y cómplices. De
José Lezama Lima a Eugenio Montejo. De
Jaime Sáenz a José Watanabe. Como sucede
en Al paso del instante(2009).
Pero todos ellos son semblanzas fugaces
en el escenario inalterable : el viento del
altiplano, las palabras en quechua y ayma-
ra, los inmigrantes que terminan por ser la
misma tierra que trabajan y lo que el propio
Eduardo Mitre escribió en el prólogo de su
antología de doce Poetas contemporáneos el cuerpo amado y lo abre en la proliferación
incesante de nuevos sentidos. De viajes por
una superficie que es el mundo. Llámese
México o España. París o Bruselas. Sus raíces
terminaron por erguir un árbol aireado a
muchos horizontes.
Al final el hombre encorvado, de más
de sesenta años (nació en Oruro, Bolivia,
en 1943) intenta en un cuarto alquilado en
Estados Unidos, recobrar una casa que se
disgrega en el polvo. La nada que es una
de Bolivia (1988) que tituló “El árbol y la
piedra”:
“Nosotros hemos querido reconocer en
ellos la cifra que encierran las dos poéticas
que, de modo exclusivo o alterno, rigen las
obras convocadas : una poética expansiva
y exuberante que tiende a la arborescencia;
otra, más bien altiplánica, que cristaliza en
la condensación verbal” (p. 10).
Si él pertenece a esta última, es la blan-
cura deslumbrante de la luz la que recorre vida transmutada en versos. En juegos y
sonidos. En imposibles caligramas.
Hay quizás un color que pronuncia como
una plegaria, una invocación, un exorcismo.
Un prisma llamado Mirabilia, título de un
libro de 1979 pero, en verdad, emblema de
toda su poesía, publicada por la editorial
española Pre-textos. Tan culta como fresca
y sorprendida. Que nos lava la vista y hace
más intenso y cordial el diálogo amistoso
con sus líneas fraternas.
Por
Juan
Gustavo
Cobo
Borda
Sólo la palabra poética vivificará, gracias
a Vicente Huidobro, gracias a Octavio Paz,
su peregrinaje. El de quien se despide de lo
más suyo, el de quien lleva a su hijo a reco-
nocer lo que cambia y se desfigura. Una casa,
unas voces, unas muertes y un olvido. “El
íntimo sabor del recuerdo” y “la implacable
escritura del tiempo”.
Quizás por ello su musa reiterativa y pre-
dilecta será Susana San Juan, al descender
al pozo del oro y la calavera, y al atravesar
y a modo de despedirse
pidió una raja de sandía
como último deseo” (p. 38).
Así surgen los seres próximos, la tía que
le reveló su influencia más definitiva: los
versos de Amado Nervo (ver Obra poética
1965-1998, pgs. 386-387), la mesa familiar
que reúne y luego se dispersa, berenjenas y
habas, la visita de un sacerdote ortodoxo y
los fantasmas de los poetas que amó o que
r e v i s t a r e v i s t a