Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 212

Ne l s o n Os o r i o Giacomo Leopardi entre el eros y la mística de cualquier oficio práctico para ganarse la vida, el sonoro y apolillado titulo de conde Leopardi di San Leopardo, solo le servía para abrir puertas a los menguados am- bientes culturales de dos ciudades apenas en rehabilitación post-traumática tras casi dos décadas de ocupación napoleónica. En toda Roma, para su desdicha, no encuentra a nadie que supiera el griego y el latín a su nivel natural de perfección estéti- ca. “Los romanos de hoy solo se ocupan de traficar antigüedades, estampas y recuerdos religiosos variopintos y de todo precio, en el mercado vulgar de la superchería y el falso”. En Milán, el tema es aún peor. Refugiado en la buhardilla del vetusto palacio de sus primos, los duques Mosca di Modrone, es- cribe “Los estudios filológicos clásicos, dan pena. No hay ediciones. No hay dicciona- rios. Desdén supremo por lo clásico. Esto es un desierto. Aquí solo se libra la Batra- co- mio- maquia, la batalla de batracias y roedores. Mi Italia es una gran charca de combate entre dos heroicas legiones. Las ranas contra los ratones”. A mi mismo Reposarás por siempre cansado corazón. Murió el engaño extremo, que eterno yo creí. Murió. Bien siento que de engaños queridos, no la esperanza ya, el anhelo ha muerto. Descansa por siempre, mucho palpitaste. Las cosas no merecen tus latidos ni es digna de suspiros esta tierra. Hiel y tedio la vida es, El ocaso de la luna y fango el mundo. Cálmate, desespera por vez última. El hado a nuestra especie, no dio más que el morir. Ahora despierta, ¡Oh Natura! el horrible poder que oculto, nuestro mal procura. y la infinita vanidad del todo. “Me llama el sur. El sur me llama”. Antonio Ranieri, Vesubio, Pompeya, Capo di Monte, Isla de Capri, Sorrento, caffé y granizado de limón, serán desde 1829 en la vida de Giacomo Leopardi, un solo gran sinónimo: pasión napolitana. Que inútil ejercicio definir como homo erótico, desviado, correcto o incorrecto aquel inmenso amor. Simplemente ‘Totonó’ Ranieri colmó desde el frescor de sus 19 años, su rubia y larga cabellera al viento y su amor desafo- rado por la Nápoles que redescubrió junto con Leopardi, por provenir él mismo del exilio, ese inconmensurable desierto afectivo en que se debatió la terrenal existencia del conde Giacomo. Abandonar por siempre el palacio-prisión con tan solo una maleta, 5 libros, sin carruaje y con Antonio esperándolo a la vera del ca- mino, “napoletano infelices”, en el recuento airado de los iracundos condes padres, es al mismo tiempo traspasarnos a la alegría de recorrer las innumerables excavaciones arqueológicas por toda la Magna Grecia, patrocinadas por el embajador de S.M Bri- tánica ante el reino de las dos Sicilias Lord William Hamilton y su célebre Lady Emma. Fue su hijo (quizás hijo del propio al- mirante Nelson) el joven George, conde de Emma (hart), Lady Hamilton, 1761-1815. Esposa de Sir William Hamilton. Duglas quien personalmente permitió a Gia- como extraer y acariciar decenas de ánforas, copas, platos ceremoniales en el más puro de los estilos áticos, antes de su embalaje y partida sin regreso, hacia el British Museum, de la voraz Londres. Nápoles, “la dichosa pestilente”, le per- mitió con su estilo de vida desenfadado y a la vez ritual, pagano en todos sus excesos, hispana en todos sus fanatismos, cerrar el ciclo geográfico de “sus Italias”, desde las brumas prealpinas y padanas, hasta el sol levantino de dátiles, marisco y palmeras de un Mediterráneo, cuna milenaria de civiliza- ciones portentosas, de mundos ya juzgados. Como en noche silenciosa, sobre campiñas plateadas y aguas místicas donde el céfiro alienta, y mil bellos aspectos y engañosos objetos fingen sombras lejanas en las ondas tranquilas y ramas, setos, villas y colinas, llegada al fin del cielo, tras Apenino o Alpe, delante azul Tirreno, en su infinito seno, baja la luna y palidece el mundo, huyen las sombras y una oscuridad el valle y monte enluta, ciega la noche queda y cantando con triste melodía la extrema luz del fugitivo rayo que conduce fuera su guía, despide al carretero, en su camino. 37 años y la consunción tísica avanza irrefrenable en la figura exigua del conde vestido de paño verde e inclinado en un ángulo casi imposible. “Rana de charca” le gritan los pelafustanillos, cuando la propia infanta napolitana María Amalia de Borbón - Dos Sicilias, lo reclama a su lado, junto a todos los napolitanos que ríen y cantan, de frente a uno que solo llora, vestido de níveo Pulcinella. En la ciudad de Tasso, de Metastasio, de Jusepe de Ribera, de Gian Battista Vico, de Filangeri, Caputo y Paisiello, los cantos leopardianos se declaman apasionadamente y se admiran. Le hacen suyo y le bañan de sol, y de rojo pompeyano. r e v i s t a r e v i s t a  