Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 18
Pa b d l ro
o M
Pe
A l ontoya
e jo G ó m e z
un universo que está tocado por la negrura
de la melancolía. La mirada y los pasos son
las claves de esta literatura que nos convoca.
Una certeza de que entre el ojo y los pies se
abre un horizonte surcado por la existencia
de lo oscuro. Ya que esa oscuridad, como se
dice en su novela mayor En las montañas de
Holanda, “forma parte de nosotros mismos,
como la noche forma parte del tiempo”.
La idea en tanto que visibilidad, es decir
la imagen del ojo reflejada en la palabra,
los pasos que quisiéramos que nunca cesen
y que recorren el mundo
para vivirlo en la medida en
que se narra. Y esto unido
a la presencia de un tiempo
como indescifrable máscara
del misterio, hacen de la obra
de Nooteboom un suerte de
aventura onírica. Esto es lo
que sucede al leer los 33 frag-
mentos que integran Autor-
retrato de otro. Una travesía
por unos espacios que nacen
de la apreciación pictórica de
los dibujos de Max Neumann
y culminan en las orillas incógnitas de la
imaginación de Nooteboom. El resultado
de esta unión entre pintura y poesía no me
resulta ajena porque ella misma ha sido uno
de los motores de mi escritura. De allí que
una de las evidencias que me están dando
este tránsito por el “mundo Nooteboom”,
para emplear la expresión de Manguel, es
el de haber encontrado a un maestro, a
un guía, a un hermano mayor que tiene
mucho que enseñarme de las cosas que yo
intento ocuparme. Pero esto no significa,
por supuesto, que la lectura de estos textos
Carto
gr a para
fí a de
los
e s pe j os
Palabras
Cees
Nooteboom
híbridos, fronterizos, anfibios, me preserve
de la conmoción. Al contrario, durante la
lectura de Autorretrato de otro, he vivido
un como silencioso e íntimo cataclismo. Este
libro signific atravesar territorios inciertos
que tienen, eso nos lo cuenta su traductor
Fernando García de la Banda, su referente
inmediato en las playas de Menorca, uno de
los lugares en donde vive Nooteboom, pero
que remiten a esas cartografías inconscientes
que tenemos muchos. Estas 33 prosas poéti-
cas breves están llenas de imágenes capaces
de elevarnos y postrarnos.
Leerlas es recorrer una senda
poblada de relieves par-
ticulares y dueña de una
circunstancia paradójica.
Porque mientras ese lector
que soy intenta apoyarse en
alguno de ellos, enseguida
se produce la impresión de
que todo lo que me rodea
es delicuescente, movedizo,
tocado por los dedos efímeros
con que casi siempre están
tejidas las verdades poéticas.
Nooteboom ha escrito este Autorretrato
basado en los dibujos de Neumann. Pero
esta dinámica ha sido singular. Porque
si es cierto que hay una correspondencia
ineludible en el narrador de las prosas y
el sujeto pintado –el dolor individual que
parece ser cósmico, la soledad que se vive
en el más absoluto silencio, una inasible re-
lación entre hombre y animal, una abismal
ausencia de referentes sociales, la tremenda
distancia que hay con cualquier consuelo de
tipo religioso o ideológico- los dos sistemas
artísticos (el pictórico y el literario) resultan
'Plaza de Italia con fuente', 1968. Fondazione Giorgio e Isa de Chirico, Roma.
también independientes y libres. Y es esa
libertad del texto la que, en principio, me
hizo leer Autorretrato de otro como si estu-
viera atravesando el fragmentado paisaje
de un sueño. En las montañas de Holanda
hay un pasaje que define el viaje que hacen
Kai y Lucía, esos dos seres circenses, a las
tierras inhóspitas del sur: “Un paisaje y un
estado de ánimo sirven de telón de fondo a
los hechos”. El paisaje y el estado ánimo de
los 33 poemas de Autorretrato de otro los
puede favorecer, de algún modo, la pintada
desolación de Neumann. Estas pinturas
tienen quizás algo de despiadado, como
es despiadado el primer paisaje del sur de
Holanda que describe Nooteboom en su no-
vela. Pero también es posible que el paisaje
de Autorretrato de otro, tan desprovisto de
tiempo y tan imbuidos de lo inexplicable, es-
tablezcan una comunión con los paisajes de
Giorgio de Chirico, ese pintor que tanto nos
perturba con sus altas torres impenetrables,
con sus plazas vastas y silenciosas, con sus
personajes recónditos y con esa profunda
melancolía que, como una clave inasible,
ondea en sus pinturas. Ese pintor, en fin, que
nos ayuda a comprender tanto Nooteboom
en su ensayo “El filósofo sin ojos”.
Justamente en este ensayo hay un secreto
que nos transmite Nooteboom frente al asun-
to poético y al asunto pictórico. En el poema,
como en la pintura, lo que se presenta, entre
otras cosas, es la expresión de un pensamien-
to mágico o sentimental. Esas realidades,
sobre todo, son las que nos delinean cuando
emprendemos la lectura de una obra como
la de Cees Nooteboom. Empezamos esos
escalamientos, esos descensos, ese paso de
una rama a otra, ese estar bajo un follaje que
se explaya, generoso, sonriente y extraño, a
innumerables horizontes. Efectuamos esa
aventura Nooteboom del deambular que
es, sin duda, una pregunta continua por el
conocimiento. Una pregunta que yo, lector
sediento de luz y hambriento de oscuridad,
me hago con la necesaria dosis de dolor y
ansiedad que me caracteriza. Sin olvidar, y
esto me lo susurra con claridad Nooteboom,
haciéndome un guiño, que “el poema en sí
no sufre, como tampoco sufre la pintura”.
Bogotá, 24 de abril de 2016
r e v i s t a r e v i s t a