Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 158
Poema
Pe d ro s A l e jo G ó m e z
Requiem sin llanto
dua los
r do e Góme
Carto gr a fí a E de
s pe j os z
El viajero
Hace un mes comenzó tu muerte
y desde el primer día
los niños juegan en los parques como siempre
y tu habitación fue alquilada
a un obrero grandote y parrandero
y todo parece igual en las calles
aunque tu rostro palidece cada vez más en el recuerdo.
Cuando la oscuridad me rodea en la noche
me concentro angustiado en revivirte
reconstruyo tu rostro cerrando los ojos y crispando los puños
mas solamente flotas al final de un jardín iluminado por la luna
y es en vano porque no pronuncias palabra
y tu imagen tiembla y se borra
como cuando tocamos los paisajes
que el agua quieta refleja.
Las gentes trabajan
Conversan
pasan a mi lado
y sus ojos resbalan sobre mí indiferentes.
Pienso que son crueles
pero luego recuerdo que no te conocieron
que no me saben portador de la tremenda noticia
¿y aunque te hubieran conocido y amado
acaso podrían hacer algo que no fuese su vida?
Nuestro mundo comienza a ser joven
nuestro mundo solamente ama
aquellos muertos que le han dado más vida.
Por eso no escaparás al olvido
por eso es tan difícil retenerte
por eso es tan fácil
llenar el vacío dejado por ti.
Tu vida fue inocente
y tu muerte no estremece.
Es apenas una sonrisa que la niebla va esfumando
un eco melodioso que se pierde en oscuros corredores
a donde ya no podremos seguirle.
A Günter Richter
Después de tantos viajes regresó desnudo a casa
en las manos una luna rota recogida en el polvo.
Apareció en el camino montando una jirafa,
conversando de cosas cotidianas.
Le preguntaron sobre las siete maravillas
y el narró una conversación de sobremesa.
Le preguntaron sobre los rascacielos en New York
y narró una pelea de negros armados de blancos dientes.
Le preguntaron sobre el París de los taxis
y habló de un mendigo pintoresco desayunando en Montmartre.
Lucía desnudo pero usaba gruesas gafas
y costosos anillos acorazaban sus dedos.
Le pidieron que cantara
y él habló de los trenes que atropellan la noche.
Le pidieron que danzara
y habló de la dolorosa quietud de los parias.
Lucía desnudo pero guardaba cien raídos trajes:
entre condecoraciones y medallas
un espejo mellado
entre cosméticos y charreteras
un librito perfumado,
entre muebles anticuados
un ataúd-cama
entre cuchillos y revólveres
pañuelitos de encaje.
En sus ojos ardían mil ciudades distantes.
r e v i s t a r e v i s t a