Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 156
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Pe d ro A l e jo G ó m e z
Poemas
Eduardo Gómes
La ciudad delirante
Cuando la tarde dulcifica la angustia de los barrios pobres
y en las colinas populosas surgen los galanes de la muerte
y los adolescentes aguzan sus puñales ardientes
y las muchachas erigen sus senos como trampas fatales:
cuando lujosos autos huyen de la miseria amenazante
abrumados por el peso de guardas ceñidos con revólveres
y el centro de la ciudad hierve de cazadores furtivos
y presuntas víctimas cómplices de su herida o su muerte;
cuando las iglesias se llenan de fieles deformados por el trabajo
y los mendigos exhiben su carroña invocando la Corte Celestial
mientras los transeúntes contienen el aliento sin mirar;
cuando el policía golpea al niño hambriento
y un clamor electriza la calle que vigila con mil ojos
y una ambulancia pasa con luces girantes y alaridos de muerte;
cuando en los vientres húmedos de los cines continuos
un olor penetrante hace brillar pupilas
y respiraciones afanosas anuncian el éxtasis secreto
que se confunde con la fuga de los espectadores lelos
mediante corazones destrozados en la pantalla gigante;
cuando la calma de la media noche se aproxima
y vuelan los primeros fantasmas entre los rascacielos,
he aquí que mi ánima entre libros y quimeras escucha
el silencio de la ciudad de ventanas herméticas
donde el crimen fulmina con un beso candente
y el amor es una languidez agónica y dispersa
para los amantes que luchan engañando la esperanza
y tratan de fundirse en un solo ser omnipotente
esquivando, cobardes, las diferencias necesarias
y confundiendo la palabra con dulzonas arias.
Desdeñoso y sereno me regodeo en la penumbra
a todos comprendiendo pero sin poderlos amar
mientras escucho como a un río a la ciudad delirante
que hierve en hondos cauces de una prehistoria bullente
en la que alientan en secreto los soñadores al acecho,
los investigadores de catacumbas donde el diálogo arde
los aventureros del mar que esquivan las sirenas
y buscan islas vírgenes para morir desnudos
y todos los que entonan desde las profundidades
un canto subterráneo que emerge lentamente
y apunta en la lejanía a una existencia inmensa
de búsquedas ascendentes y juegos de paloma.
Anónimo
Vivía entre las paredes y el tiempo
entre la luz pura y la pregunta.
Afuera rugían las fábricas
la noche pasaba tambaleante
con un puñal entre los dientes
y una botella entre las manos de uñas negras.
Afuera la luz ardía turbia
y las respuestas,
el tráfico escandaloso y la musiquilla de los bares.
Afuera olía a sudor y a sangre.
El vivía en el centro como en un agujero rodeado por el mar.
Los obreros cantaban cuando tenían suerte.
Devoraban a dos carrillos su miserable pan
y un beso apresurado sellaba la hora del almuerzo.
Los obreros desbarataban camastros haciendo el amor.
El pasaba largas horas acariciando una muñeca de ojos redondos.
Un día se levantó la tapa de los sesos.
En el barrio hubo alboroto...
¡La Juana daba una solemne paliza a su marido!
El viento se pobló de pájaros burlones
Los ojos redondos miraban inmóviles el techo.
r e v i s t a r e v i s t a