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Samu e l Ja r amil l o
¿Sigue siendo un reproche a esta expe
riencia singular del poeta, esta vez encarnado
en un viajero que regresa? Manes de la
acumulación de sentido que es la poesía, las
respuestas disparatadas del interrogado, su
enfeverbecida fruición por estas experiencias
más amplias, colocan al lector de parte del
poeta, del viajero de la imaginación.
Eduardo Gómez reclama como algo no
solo irrenunciable, sino como la potencialidad
de contribución del poeta a la sensibilidad
general, su capacidad de incursionar en los te-
rritorios no acotados todavía por el conjunto
social. Su imaginación es una de las lámparas
que iluminan su trayectoria difícil. La otra
su voluntad de exploración, su terquedad
en encarar experiencias que a menudo son
dolorosas, desasosegantes, perturbadoras.
Búscame detrás de los árboles sumidos
en la noche
Más allá de las últimas casas de los
barrios pobres
(…)
Soy el pasajero de los trenes de
medianoche
El viajero de barcos navegando entre
nieblas
O bajo cielos negros para una luna en
agonía
El viudo de bodas imposibles
El nostálgico de la Edad de los Dioses
El soñador de imperios abolidos y
leyendas siniestras
(…)
El que tiembla en la zarza ardiente de
la melancolía
Y el que gime en una obscena agonía.
(El viajero innumerable)
Eduardo Gómez, poeta innumerable
Para quien haya entendido mal, la ad
monición de Eduardo Gómez a que la poesía
trascienda el ámbito confinado de lo privado
no implica que deba convertirse en un instru-
mento de propaganda o que debe limitarse
a lo gregario, a lo fácilmente reconocible
como compartido. Él exige al poeta desatar
las amarras de su sensibilidad, pero orienta-
da a ampliar y enriquecer el espectro de la
percepción colectiva. El elan de solidaridad
guía su búsqueda:
Quisiera reír con colmillos de tigre
Inspeccionar las casas agobiadas de
muertes
Los humildes dormitorios dispuestos
con flores de papel
y las camas desvencijadas por amores
vencidos
(Las noches de Caín)
En esta dirección, uno de sus logros rei-
terados a lo largo de su obra, es el trazo de
evocaciones panorámicas y abigarradas en
las que el poeta pinta al fresco de su imagi-
nación paisajes mentales, culturales, a los
que quien habla se acerca con una cierta de-
voción de sacerdote laico, de vidente lúcido,
cabalgando sobre una imaginería poderosa:
la tierra, la ciudad, la noche, la civilización
son atravesadas por su sobrevuelo poético:
Cuando la tarde dulcifica la angustia
de los barrios pobres
y en las colinas populosas surgen los
galanes de la muerte
y los adolescentes aguzan sus puñales
ardientes
y las muchachas erigen sus senos como
trampas fatales:
cuando lujosos autos huyen de la
miseria amenazante
abrumados por el peso de guardas
ceñidos con revólveres
y el centro de la ciudad hierve de
cazadores furtivos
(…)
(La ciudad delirante)
En el desenvolvimiento de la poesía
colombiana reciente la figura de Eduardo
Gómez tiene un perfil un poco inesperado:
frente a sus coetáneos, los poetas de edad
más estrechamente ligada a la suya, aparece
como alguien disonante y un poco solitario.
Pero su poesía encuentra un lugar mucho
más cómodo en la promoción posterior, en
la cual tiene un reconocimiento indudable.
Señalo, por ejemplo, los evidentes lazos de
su obra, con esa corriente que se conoce
como Poesía de la Imagen que comienza
a publicar un poco después: la ambición
plástica, la poesía como tensión y como li-
beración, la crítica gemela de la ensoñación,
que Eduardo Gómez practicaba de manera
precoz y casi contra la corriente se vuelven
conquistas y valores literarios reconocidos.
La palabra poética de Eduardo Gómez
se desdobla y se multiplica en un amplísimo
espectro de temas y de planeamientos litera-
rios: Ciudad antes del alba excelente título
pues recoge un escenario frecuentado por el
poeta, la noche que promete ya la claridad
y la ciudad que se apresta a su despertar,
nos ofrece una suculenta dosis de poesía que
nos hace transitar por trochas y también por
avenidas que hacen la vida en este mundo
de cambio de siglo: la insurgencia contra
gazmoñería bienpensante, las vicisitudes de
la pasión amorosa, la amenaza de la vejez
y de la muerte, el paraíso recuperado de la
infancia, el soplo de grandes pensadores so-
bre el espíritu, la violencia, las vacilaciones
sobre los sacrificios que exige la construcción
de la emancipación. La mañana despuntará
sobre la ciudad, y nosotros lectores segui-
remos leyendo la poderosa palabra de este
poeta con todos los hierros que es Eduardo
Gómez y que nos conmina a despertar.
r e v i s t a r e v i s t a