Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 126
Joh n Fi t z g e r ald To r re s
Alicia en el espejo de la poesía
emoción. La poesía es un compromiso o una
cierta proporción entre estas dos funciones”,
a trompicones (a diferencia de A través del
espejo… en donde se desplaza siguiendo una
original partida de ajedrez) tal como sucede
en los sueños, porque la historia se trata,
como lo constatamos al final, de un sueño en
la cabeza de una niña. El hilo conductor, si
es que lo hay, parece ser el sinsentido mismo,
como en los sueños.
No resulta por tanto nada disparatado
(aunque si lo fuere, seguramente no dispu-
taría con nuestro objeto de estudio) proponer
una lectura de Alicia bajo la consideración
de que tenemos en nuestras manos un libro
de innegable virtud poética. Estaría tentado
a calificar este libro, según la clasificación
estructural de Cohen, como un “poema se-
mántico”, al igual que lo son en otro vértice
los Cantos de Maldoror o Una temporada
en el infierno. Esta temporada en el país de
las maravillas incorpora la deviación propia
de la poesía, la desviación semántica, pues
la poesía constituye una violación sistemá-
tica del código establecido del lenguaje en
busca de significaciones inéditas, situadas
en un orden distinto, quizás superior, si
bien los referentes permanecen localizados
en la experiencia común. Esa patología del
lenguaje que es la poesía persigue ocasionar
una metamorfosis mental y sensorial des-
pertando comprensiones que la experiencia
ordinaria no atiende.
Si entendemos con los estructuralistas
como Jean Cohen que la función de la prosa
es denotativa, próxima a la función intelec-
tual, cognitiva, representativa del lenguaje;
y que la función de la poesía es por su parte
connotativa, es decir, afectiva o emotiva,
independiente del referente real al que
aludan ambas funciones; o como apuntaba
Valéry: “transmitir un hecho y producir una
¿cuál es entonces la emoción sustancial que
nos provoca el libro de Carroll?
Yo diría que es la de “el extrañamiento”
(ese efecto descrito por Viktor Skolovski);
la sensación que persiste durante y después
de la lectura es la misma que nos produce
el descubrir un mundo por primera vez, o la
de comprobar que en pie en medio de este
mundo, nada en él nos resulta ciertamente
comprensible, a no ser mediante la ilusión
especial del lenguaje: si nombramos un
“algo” en particular, ese algo ya no nos ha
de resultar tan extraño. Pero cuando la ilu-
sión se desvanece como el gato de Cheshire,
queda flotando en el aire la sonrisa irónica
que causa nuestra expresión extrañada: en
verdad, de este mundo nada conocemos, su
lógica es nuestra ilusión, su lógica es nuestro
lenguaje, o bien, nuestro lenguaje es el que
le otorga una lógica. Fracturada la lógica
del lenguaje, sobreviene el absurdo ante
nuestros ojos y en nuestro interior emerge
el extrañamiento.
Pero es en realidad la lógica compartida
a través del lenguaje la que nos pierde. “La
lengua como fenómeno colectivo, –afirma
Buckley– era, para Carroll, la expresión má
xima de lo irracional de la sociedad. Pero la
lengua como expresión individual –al servicio
de la creación individual, añadiría yo- puede
constituir la afirmación máxima del ser hu-
mano. La lengua es, según Carroll, el único
juego que el adulto conserva de su época de
niño. (…)Al jugar con las palabras el adulto
vuelve a ser niño. Y así puede, como hace
Carroll en El Fablistanón, re-inventarse un
nuevo idioma”
Por último, siguiendo el mal ejemplo del
necio Humpty Dumpty, el enorme huevo que
se bambolea sobre el alto muro de A través
del espejo…, que se siente capaz de explicar
cualquier verso que se haya escrito jamás (y
algunos de los que no se han escrito todavía),
y para excederme en los límites y forzar
una última conjetura, me atreveré a decir
finalmente que este libro maravilloso no es
otra cosa que una metáfora misma de toda
la literatura. El sicólogo suizo Karl Jung,
según dice el argentino Borges, equipara
todas las invenciones literarias a las inven-
ciones oníricas, la literatura a los sueños. En
la disgresiva conferencia de Borges acerca
de Nathaniel Hawthorne, el soñador, dice
aquel que éste se propuso una vez escribir
un sueño (y cita el argentino al novelista)
“que fuera como un sueño verdadero, y que
tuviera la incoherencia, las rarezas y la falta
de propósito de los sueños” y se maravilló,
continúa Borges, de que nadie, hasta el día
de hoy, hubiera ejecutado nada semejante.
Es un proyecto, dice a continuación “que
toda nuestra literatura ‘moderna’ trata va-
namente de ejecutar, y que, tal vez, solo ha
realizado Lewis Carroll.” Desconozco qué
tan consciente haya sido Carroll de ese pro-
yecto, aunque hay serios indicios de que lo
era, pero lo que escribió luego de aquel paseo
en barca por el Támesis, es un sueño que es
como un sueño, una invención literaria que
es a su vez como la literatura.
No puedo asegurar en verdad que con
esta lectura hayamos logrado llegar a al-
gún lado. Quizás no se trataba en realidad
de hacerlo. Si le preguntáramos al gato de
Cheshire a dónde ha conducido todo esto, di-
ría: “Eso depende en buena parte de a dónde
r e v i s t a r e v i s t a