Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 124
Joh n Fi t z g e r ald To r re s
¿No resuena un eco allí de “Yo es el
otro” de la carta del vidente de Rimbaud?
“Asisto a la eclosión de mi pensamiento…”.
Aquí se abre una nueva puerta, como la que
conduce a Alicia a los jardines de la reina,
y pasamos por ella con extrema cautela.
Solitaria en medio de aquellas criaturas
dementes, Alicia es el poeta que es el autor
pero que no necesariamente es Lewis Carroll
Alicia en el espejo de la poesía
o el reverendo Dodgson. Es, al fin de cuentas
es su creación, propiamente el “Yo poético o
lírico” originado para la narración que actúa
frente a sí mismo.
Por supuesto, Carroll elabora un narra-
dor omnisciente, aséptico y poco comprome-
tido, que deposita en su criatura protagonista
toda la carga emotiva y sensorial, su actitud
y su visión de mundo. Pese a resultar a
primera vista un personaje bastante formal
y correcto, con el decoro perfectamente de que para la saga de este primer libro, A
través del espejo y lo que Alicia encontró
allí, publicado seis años más tarde, evitan-
do seguramente reiterar el recurso, el autor
ha elegido otro tipo de personajes bastante
más cómodos, son personajes extraídos de
cuentos e historias populares o piezas de un
juego de ajedrez que ya no representan efec-
tivamente sus propias búsquedas sensoriales
o sentimentales, y la ruta que trasiega Alicia
es la de una caprichosa y singular partida en este libro “La lógica brinda un marco en
cuyo contexto resulta muchas veces posible
tomar conciencia del sinsentido. Lo que
la fauna subterránea suele poner con más
frecuencia en cuestión no es la lógica como
tal, sino falacias y anfibologías del lenguaje
ordinario y la parroquialidad y falta de base
de muchos de nuestros prejuicios y creencias,
que el sentido común toma por axiomas
inmutables”. En efecto, Carroll, autor de
varios libros de lógica matemática, partía del
inglés que evita las altisonancias y respeta
sin sobresalto el comportamiento ajeno por
más inadecuado que parezca, Alicia es “en
realidad” un personaje que de la mano de
una curiosidad irrefrenable se arriesga todo
el tiempo, cuestiona de frente, inquiere cons-
tantemente con el afán de desentrañar más
que las causas o las consecuencias de tal o
cual fenómeno o circunstancia, la esencia
misma de lo que acontece.
Se contagia de “extrañeza” con absoluta
naturalidad pero, sobre todo, sin negarse o
huir, sin plantearse siquiera el horror o el
miedo (si llora lo hace porque se ha lastima-
do o porque se siente frustrada al no poder
avanzar; si grita es porque se enfurece; si
corre es tras de la aventura); diríamos que le
impulsa en el fondo el deseo de asombrarse,
de constatar que, en efecto, aquel país al que
le conduce por accidente el Conejo Blanco,
es, cualquiera fuera su vibración, su “feno-
menología” particular, su lógica exclusiva,
un país de maravilla, como cualquier otro,
incluso como el nuestro. Ese “yo poético”
que es Alicia es el que se convierte en inter-
locutor de esas metáforas encarnadas.
Una evidencia de la intención metafórica
de Carroll al crear sus personajes es el hecho de ajedrez, juego del que Carroll era devoto
y seguidor.
…
Incluso la literatura fantástica obedece de
por sí a ciertas lógicas evidentes que no solo
otorgan a la historia el carácter de verosímil
sino que además le conceden un sentido
asimilable, comprensible y amable con el
lector al permitirle acceder a sus propias
formulaciones y normas.
Pero en este libro de Carroll la fascinación
parece emerger más que de la narración en
clave de fantasía, de la ablación de una lógica
identificable; el disparate y la incoherencia,
la causalidad violentada, el fenómeno sin
razón, el absurdo normalizado, conciertan
para proveer al lector de una experiencia sin
antecedente. De ahí quizás el encantamiento
y la cercanía a la vez con la mirada infantil,
esa mirada que permite a un niño de 7 años
acertar en definiciones del tipo: “la casa de la
tortuga es el tiempo”, “la luna es la flor del
cielo” o “una nube es un desierto de lluvia”,
pequeños “hallazgos” poéticos de algunos de
mis talleristas en los colegios.
No obstante, al respecto resulta esclare-
cedora la anotación del académico Manuel
Garrido en la edición de Ediciones Cátedra: sense para llegar al nonsense: “El nonsense
representa una evasión del sentido común.
Y, sin embargo, el nonsense está basado en
el sense, de manera que no puede existir sin
él. La mente humana está constituida de tal
forma, que solo puede llegar al nonsense a
través del sense, el sentido. De esta manera,
llegamos a la paradójica conclusión de que
incluso el nonsense tiene que tener algún
‘sentido’”. Como navegando por el Táme-
sis una tarde soleada de 1862, el relato de
Alicia discurre entre las orillas de la lógica
convencional como un pequeño “barco car-
gado de locos” hablando de su locura. Es, si
me permiten la ironía, una bonita imagen
de nuestro propio discurrir.
Me parece que la desviación del sentido,
es decir, el nonsense, que se ofrece en una
elaboración lingüística, en tanto comporta
un resultado estético se encuentra más
estrechamente próximo a la poesía que a
otro cualquiera de los géneros convenidos.
Siguiendo esta afirmación, es posible que
pudiéramos considerar particularmente
poéticos varios libros de Samuel Becket,
salvo porque en ellos se impone con fuerza
plena la intención de narrar. Pero en Alicia la
narración es fragmentada, abrupta, avanza
r e v i s t a r e v i s t a