Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 116
Joh n Fi t z g e r ald To r re s
haya insistido en completarlos y calcular la
parodia en la edición definitiva, y que haya
refinado su aparición en la secuela, así nos
lo indica. Veamos algunos casos:
Al mediar el Capítulo II, Alicia enfrenta
su primera crisis de identidad, y para com-
probarse a sí misma que sigue siendo Alicia,
intenta recordar una cancioncilla que es una
fábula moral del poeta Isaacs Watts, una
especie de Rafael Pombo inglés, titulada
Contra la pereza y la maldad publicada en
1715, la cual habla de una abejita hacendosa
que por mantenerse ocupada en sus oficios
se aleja de las tentaciones; pero pese a inten-
tarlo le sale a la niña un poemilla bastante
agresivo y burlesco:
Cómo hace el pequeño cocodrilo
Dar lustre a su cola resplandeciente,
Y bañar en las aguas del Nilo
Sus doradas escamas relucientes.
¡Y de qué manera sonríe
Y con cuidado sus garras extiende
Mientras saluda a los pececitos
Con sus grandes fauces sonrientes!
En la afortunada traducción de Ramón
Buckley, para facilitarnos la comprensión del
humor, este estudioso recurre a una parodia
de un poema de Samaniego muy similar al
de Watts, pero lastimosamente pierde en la
conversión el aire festivamente cruel de la
intención de Carroll.
En el Capítulo V, la niña quiere recitar
ante la Oruga Azul un poema didáctico
del s. XVIII escrito por Roberth Southey
titulado Los consejos de un anciano y cómo
los consiguió, en el que un padre alecciona
Alicia en el espejo de la poesía
a su hijo en la vida, pero resulta con un
poema titulado Tú eres un pobre viejo, papá
Guillermo, en el que un hijo se burla de su
padre hasta que este lo echa a patadas y
cuyas escenas alocadas recuerdan profun-
damente los limericks de Lear. Una estrofa
para comparar:
“Estás viejo, dijo el joven, y pensaría
Que tu ojo ha perdido la agudeza,
Pero equilibras una anguila en la nariz
¡Cómo haces semejante proeza!”
En el Capítulo VI, la Duquesa que es
experta en tergiversar refranes y moralejas,
mece en sus brazos al pequeño bebé llo-
rón que va a convertirse luego en cerdito,
cantándole un poema didáctico atribuido
a Wlliam Langford sobre cómo hablar con
dulzura a los niños, llamado originalmente
Speak gently; pero dándole terribles sacu-
didas la extraña Duquesa canta:
Habla rudamente al niño
Y golpéalo cuando tosa,
él lo hace por cansón
porque sabe que joroba.
¡Le hablo severamente a mi niño
Y le pego cuando estornuda
Para que disfrute totalmente
La pimienta que le gusta!
Otro ejemplo más. En el Capítulo VII el
Sombrerero loco parodia la conocida Twin-
cle, twincle, little star en Twincle, twincle,
little bat. En la traducción de Mercedes
Guhl celebro la decisión que, en complicidad
con el poeta Rubén Darío Florez, tomó de
reemplazar para los lectores colombianos
algunas de las cancioncillas motivo de paro-
dia en busca de facilitar la comprensión y el
disfrute de los efectos de los juegos paródi-
cos. Para este caso en particular, escogió la
famosa “Los pollitos dicen/ pío pío pío…”
y la convirtió en “Los murcielaguitos/ lloran
ío ío ío/ cuando tienen hambre/ cuando
tiene frío.”
Así hay varios poemas y canciones más
que son parodiados con un especial sentido
de crueldad muy cercano a esa naturaleza
cruenta que con mucha frecuencia encon-
tramos en el comportamiento infantil y que,
para sorpresa de los adultos, en los pequeños
mueve a risotadas. En el fondo, es la des-
viación burlesca, como los trazos deformes
de una caricatura, lo que motiva el regocijo.
La parodia de estos poemas y canciones
alcanzan el límite de lo absurdo de modo
tal que se constituyen, a su vez, en crítica
misma del sentido y del sentido mismo del
lenguaje. Pero más allá de las situaciones
disparatadas, los ambientes enrarecidos y las
secuencias imprevistas que son una desvia-
ción de la realidad, una anomalía palmaria
del sentido común, en Alicia está explícita
la propuesta de ilustrar una desviación lin-
güística, no ya a partir del recurso retórico
de las figuras literarias (que son infracciones
a una de las reglas que componen el código
lingüístico), sino a partir del significado
mismo de lo dicho: hay una deviación del
sentido que parte del lenguaje y se posesiona
de él, una especie de segundo plano semánti-
co que emerge de lo dicho recurriendo a las
estructuras y reglas del código convenido,
pero que resignifican esas mismas estruc-
turas y reglas. Como sucede en la poesía.
Por eso las parodias, los juegos de palabras,
las adivinanzas imposibles, los diálogos sin
rumbo, no son aquí en este libro simples
juegos infantiles, no son bromas inocentes o
chistes ocasionales para resultar ameno o es-
pontáneamente ingenioso. Son parte de una
postura que apunta a configurar una crítica,
ya no solo de lo racional, sino del lenguaje en
sí, o de éste como una elaboración racional.
Dicho de otra forma, cito a Buckley citando a
Katthlen Blake: “Una lengua no es más que
un juego social, con unas reglas arbitrarias
que se establecen por convenio social.” Pues
bien, lo que Carroll hizo fue alterar estas
reglas, cambiar el sentido convencional de
las palabras y darles un nuevo sentido.
Es en esta dirección, me parece a mí, que
también apuntan los innumerables e intra-
ducibles juegos de palabras y los giros poli-
sémicos, así como las combinaciones sonoras
que resultan igualmente incomprensibles en
un idioma distinto al inglés (vg: “Do cats
eat bats? Do bats eat cats?”: ¿Comen los
gatos murciélagos? ¿Los murciélagos comen
gatos?; o la tajante “¡Off whit his head!”:
¡Que le corten la cabeza!)
¿Y qué decir acerca de la célebre e irre
soluta adivinanza que en el Capítulo VII
formula el Sombrerero loco a Alicia?: “¿En
qué se parece un cuervo a una mesa de es-
critorio?”. Carroll afirmó que este enigma
no tiene ninguna solución; y sin embargo,
por años se han arriesgado todo tipo de
respuestas de parte de poetas, críticos,
lingüistas, filósofos, magos…: desde las
más obvias, como en que ambos –cuervo
y escritorio- se sostienen en patas, o algo
más inspiradas como en que Poe escribió
sobre ambos. Me parece que en realidad es
r e v i s t a r e v i s t a