Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 114
Joh n Fi t z g e r ald To r re s
Este era un viejo señor con una barba
Que dijo: “¡Tal como lo esperaba!:
¡Dos búhos y una gallina,
Cuatro alondras y una mirla
Has construido sus nidos en mi barba!”
Este era un hombre que por consejo
Se puso a comer solamente conejos;
Cuando había comido dieciocho
El hombre se puso muy rojo,
Y renunció entonces a seguir el consejo.
Esta era una dama de Portugal
Cuya obsesión por el mar era mortal;
Subióse a un árbol para mirar
Más de cerca el mar,
Y exclamó que jamás dejaría Portugal.
Este era un viejo señor en cuya nariz
Las aves del cielo venían a dormir,
Pero todas ellas volaban
Cuando el día cerraba
Para alivio del viejo señor y su nariz.
Y un par de María Helena Walsh:
¿Saben qué le sucede a esta lombriz
Que se siente infeliz, muy infeliz?
Pues no le pasa nada
Solo que está resfriada
Y no puede sonarse la nariz.
Una hormiga podrá tener barriga
Que a nadie desconcierta ni fatiga.
Lo que a toda a gente
Le parece indecente
Es tener una hormiga en la barriga.
Alicia en el espejo de la poesía
Por otro lado, a mediados del siglo XIX
los editores e ilustradores ingleses empeza-
ron a encontrar en los lectores más pequeños
(la secularización de la educación aumentó
de manera importante esta franja en la po-
blación; paralela a la revolución industrial,
se producía una revolución social que hacía
que miles de analfabetas accedieran a la
letra impresa), unos consumidores ávidos
de literatura y diversión. La literatura para
niños concentró la atención de autores como
Charles Dickens y Robert Browning, entre
otros, y se ofrecía con carácter pedagógico,
moral e ilustrativo de las buenas tradiciones
y el comportamiento correcto. Igualmente se
suscitó lo que se conoció como la Edad de
Oro de la ilustración, con ilustradores tan cé-
lebres como el mismo John Tenniel, o como
Arthur Rakcham, ambos en su momento
ilustradores del libro de Carroll y reunidos
junto con otros dibujantes en Punch, una
revista de humor y sátira. Al punto fue el
entusiasmo que la actividad de los ilustra-
dores derivó en toda una propuesta estética
conocida como Arts & Crafts (que a su vez
anticipó el Modernismo y el Art Nouveau), y
lo que hoy llamamos el libro - álbum infantil
encontró con seguridad su nacimiento en
aquellos años.
En tal contexto Charles Lutwidge Dodg-
son concibe su Alicia y la publica en 1865
bajo el seudónimo de Lewis Carroll en el
prestigioso sello McMillan, ilustrada ini-
cialmente por John Tenniel. El libro llamó
la atención desde el comienzo y pronto el
autor empezó a concebir su secuela, que
aparecería seis años después con el título
A través del espejo y lo que Alicia encontró
allí (historia que, a propósito, comienza
también un día 4, pero de noviembre, es
decir, comenzó mañana, y no es un juego
de sentido 1 ). Pero en esta charla vamos a
concentrarnos especialmente en el primer
libro, aventurándonos en la idea de explo-
rar la enorme carga poética que contiene la
narración. Y es una decisión alentada por la
convicción de que el primer libro resulta más
emotivo y menos cerebral que el segundo,
menos deliberado y más fresco, más intuitivo
y menos premeditado, más mágico y menos
trucado, menos artificial y más esencial,
aunque ambos relatos son extremadamente
divertidos.
1
Esta conferencia se ofreció por primera vez en el
auditorio de la Casa de Poesía Silva de Bogotá, el
día 3 de noviembre de 2016.
Empecemos por lo evidente: la presencia
entreverada en el relato de parodias y ter-
giversaciones de poemas y canciones de la
época, considerados especialmente dulces y
convenientes para los infantes de entonces.
Prácticamente, después del primer capítulo
del libro, en cada uno de los doce restantes
tropezamos con la parodia de algún poema o
cancioncilla popular, a la que Carroll cambia
el sentido, bien mudando los personajes,
alterando la sintaxis, resquebrajando el
ritmo, contraviniendo el sentido, en lo que
seguramente supuso al principio un juego
espontáneo en busca de la risa pero que, en
el fondo, significaba la intención de arrojar
una mirada oblicua, no exenta de bilis, sobre
el carácter “formativo” y “aleccionador” de
las letras de aquellos textos y que, yendo más
allá, tal vez constituía una verdadera crítica
afectuosa al lenguaje mismo. Que el autor
r e v i s t a r e v i s t a