Revista Cantera Dec. 2015 | Page 37

que a mayor altura las personas eran más oscuras, más sucias. Seguí pisando con miedo los escalones, supuse que aquello contaría como un ejercicio de pilates. Paralelos a las escaleras se veían los canales de agua de lluvia, que no eran más que trozos dispersos de cemento. Entre los escalones había pequeños brotes de monte sin cortar. Las escaleras no tenían pasamanos, o solo en algunos tramos que parecían mejor cuidados que otros. Había ranchos con techos de cinc, otros con techos de madera, otros con techos de lona. A los lados de algunos de los ranchos colgaban matas de fruta o legumbre. Gatos subidos a los muros, perros que los miraban fijamente, gruñendo desde abajo. Un chamo mugriento con una franela de Bob Abreu salió corriendo y se me plantó delante. Me dijo riéndose ¿tú eres de aquí del Carpintero? Mujeres bajaban las escaleras con tobos de agua, ropa tendida por todas partes, niños jugando béisbol con chapita y palo de escoba. Imagen idealizada de la pobreza: barrio bonito. El malandro entrañable seguía delante de mí, cantando una cumbia sobre la mujer que lo dejó, lo despechado que se sentía y el aguardiente que se iba a tomar, carajo. Podía ver la pistola marcada en la parte de atrás de sus pantalones. Miré hacia abajo, no vi Baloa. Solo una maraña de anaranjado, gris, verde. Me estaba empezando a poner nerviosa cuando el malandro entrañable se volteó. Allá arriba mamita, me dijo otra vez. Me señaló el rancho más recóndito del solar más apartado de la altura más elevada del sector más asqueroso del barrio más paupérrimo de la ciudad más corrupta de América Latina. No me gustó ese lugar, no se parecía a Miami. Donde las calles son limpias y los policías simpáticos y la gente recicla y los presidentes luchan contra el terrorismo. El jíbaro abrió la puerta oxidada, pasamos. No había más nadie en la casa. Se sacó la bolsita del bolsillo, me la puso en la mano, me agarró por el pelo, me tiró al suelo, se bajó los pantalones y me dijo chupa, mamita. Ante mí el pipí más morado que había visto en mi vida y yo no hago esa vaina y empecé a gritar y a gritar. Me levanté de un brinco, empujé al jíbaro, salí corriendo escaleras abajo. Escuché disparos detrás de mí. Vi delante a un hombre con una bolsa de plátanos que cayó de bruces. Un tiro en la barriga, un grito de dolor y estaba muerto. Esa bala era para mí. Ni modo. Lo bueno es que al final la bolsa me salió gratis. Cuento perteneciente al libro Barrio bonito (Caracas, 2015, Editorial Dahbar) Designfreebies Magazine • www.designfreebies.org • 37 37