REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA - Numero 7 Marzo 2019 REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA numero 7 Marzo 2019 | Page 22

“ENTEREZA” Decide salir, desentenderse durante un par de horas de las paredes del piso que la oprimen. Es de las que considera que según cuándo y cómo hay caminos que brindan paliativos a ciertas necesidades. Elige en ese atardecer uno que le ofrece soledad. Mira abajo desde la loma Chevina. La que par- te del monte Fuxa ofreciendo por tramos una perspectiva fotogénica de la villa seductora hasta el exceso. A sus pies la capilla de San Roque tutela al pueblo. Su pueblo. Remocicado. Aquel que antaño, en menor extensión y de casas más humildes, se postraba ante su cristo marinero, como antídoto ante los vaivenes irascibles de la mar, dadora ésta de vida y de muerte. Pueblo de pescadores por entonces. De los de verdad. De los de lucha diaria en el faenar. Cuyas hazañas e infortunios generaron leyendas para el recuerdo. Se deja ir por un instante, baja la guardia y regre- sa el desasosiego. No es primeriza en estos me- nesteres y sabe de armas con que combatirlo. Centra de nuevo su mirada abajo, en el Can- dás actual que, en primer plano, bajo la capilla, ofrece una imagen encopetada al cobijo de la luz vespertina. Al fondo, difusa en la bruma, divisa la mar. Hace años que ella, la mar, dejó de ser sustento vital para el pueblo y verdugo atroz de pescadores. Diosa y demonio, venerada o abom- inada, o ambas a la vez, en casi todas las oca- siones durante las loas y remembranzas a los en ella desaparecidos Apenas día y medio de gozo antes de su regreso a la faena marinera. No le resulta difícil captar el contraste en la panorámica que ante ella se muestra. La nitidez ostentosa de los edificios actuales, alegoría de los nuevos tiempos, ante- poniéndose al velo brumoso que se cierne tras ellos sobre la mar, icono pescador de tiempos ya pasados. Si tuviera que elegir quizá optara por esto último: la lucha diaria del faenar, las carencias no deseadas, la zozobra en la espera y el cariño vuelto abrazo en la arribada. Ella lo vivió y no puede, ni quiere ahora, evitar el re- vivirlo. Camina por la loma, ya de regreso al pueblo. Sabe de esperas angustiosas y felicidades plenas. Y puede que fuera eso lo que le moldeo el carácter espontáneo de vivir el día a día, disfru- tarlo cuando viene bien dadas y presentar con- tienda ante las adversidades cuando llegan. Ahora le toca sufrir el desafío una vez más, la batalla, y aunque no es del todo consciente de su colosal entereza, está dispuesta a encararse a lo que le viene encima. Por veces le apodera el miedo, ¡cómo no!, pero sabe que la virtud está en reconocerlo y doblegarlo. Tiene claro que luch- ará. La galerna no es marina, no es la mar quien la provoca, es la vida en sí quien la desencadena, pero le hará frente. Tiene genes heredados. Sabe de luchas, agallas y temporales. Sabe del buen hacer de sus progenitores que generaron ese carácter pertinaz que la define. A pesar del temor ella sabe que saldrá victoriosa. Recorre las calles del pueblo de regreso a casa. La tarde se extingue rauda, como pavesa des- prendida del cuerpo en llamas de la hoguera. En el crepúsculo la hora azul acapara el cielo en ese impás de transición de luz a desazonadora oscuridad. Persiste la brisa del norte y con ella los recuerdos de infancia. Con el paseo se va el noveno día del mes de marzo. Apenas son treinta y seis las horas que faltan para pasar por el quirófano. Toca extirpar la pal- 22 abra maldita. Sopla sutil la brisa del norte con susurro evoca- dor que por momentos le acerca a su niñez siem- pre añorada: esperas inquietas los sábados a la Escrito y fotografia José Carlos Álvarez atardecida, junto a la cocina de carbón, ansiando disfrutar de la llegada de su padre