Traqueteaba el jeep por
el camino lastrado...
Por: Jaime Camacho
Quizás no cambió tan abruptamente el paisaje como yo imaginé, pero si pasó que
ahora estaba en los páramos de Oyacachi, en el Parque Nacional Cayambe Coca.
Un lugar lleno de magia y misterio. Un lugar, que a veces sin que mucha gente lo
sepa, está conectado con el destino de una ciudad tan grande como Quito. No es
su única fuente de agua, pero si una importante que contribuye al sistema Papallacta. Si, de estos páramos remotos sale el agua que tras un proceso complicado
de captación, transporte y distribución llega a las llaves de las casas de los habitantes de la capital.
Claro, eso no se ve en el paisaje. La carretera va por el filo de la montaña. Y de la montaña surge
el agua por doquier. No son cascadas, pero son caídas constantes de agua. De curva en curva
mientras uno va bajando a lo profundo del valle se ve el río Oyacachi transcurrir. Nacido de los
humedales de los páramos recorre miles de kilómetros para llegar al Napo y por ende al Amazonas y al Atlántico. Para mi no deja de ser mágico que el pensar que de estas montañas andinas, el
río se abre paso y el agua que nace aquí termina en un océano tan lejano y remoto para nosotros.
El páramo es uno de esos paisajes engañosos. Si uno no se baja del carro parece un lugar monótono y aburrido. Lleno de paja y de nada más. De hecho, en el diccionario páramo quiere decir
yermo, es decir, casi un desierto. Pero si uno abre los ojos y las sensaciones se encuentra con un
lugar especial, lleno de vida. Con flores, con almohadillas, con árboles y con una fauna que está
adaptada a vivir en un ambiente ciertamente inhóspito. Pero la vida surge donde menos uno la
espera.
Avanzando llegamos al filo del valle donde el río Oyacachi se interrumpe en una cascada poderosa. Y también desde este punto se abre otro valle pero ya no con páramo sino con bosque. Y en el
fondo, coqueto, está el pueblo de Oyacachi. Un pueblo pequeño en tamaño pero grande en historia y leyenda. Un pueblo que hasta hace 30 años estaba aislado de la civilización. Entrar tomaba
dos días a caballo. Hoy la carretera nos lleva hasta sus calles.
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