Revista Caminantes 001 - Agosto 2014 | Page 39

Como todo acontecimiento histórico y sin llegar a convertirse en un mito, este tiene dos versiones, los que estuvieron a favor y los que estuvieron en contra, cada uno de ellos con sus representantes, que en la mayoría de los casos fueron los que registraron los acontecimientos, cuando los testigos de la misma ya no estuvieron para corroborarlos o negarlos. Así, como los libros de historia que muchos estudiaron en el colegio, narran el legado de la denominada Revolución Alfarista y cuáles fueron las obras más emblemáticas que dejó el General Eloy Alfaro a las futuras generaciones del Ecuador, también hay historiadores y periodistas de la época, que muestran una faceta del Viejo Luchador, que dista mucho de la figura mítica y heroica que la mayoría de ecuatorianos conocemos, y, como ejemplo citamos dos casos. Manuel J. Calle (1866-1918), cuencano, periodista, político e historiador; en algún momento fue co-ideario liberal pero por su complicada personalidad e insidiosa forma de escribir (según Rodolfo Pérez Pimentel en su página “Diccionario Biográfico Ecuador”), se declara anti Alfarista y publica el libro de su autoría “Hombres de la Revuelta” bajo el seudónimo Enrique de Rastignac, en donde caricaturiza y sataniza a varios actores políticos del gobierno de la época, entre ellos al General Alfaro: “Alfaro todo lo atropellaba, congresos, concejos municipales, instituciones e individuos: convertía el presidio en habitación de sus adversarios y malquerientes: la verdad andaba prófuga y la voz ahogada de los conservadores estallaba en descargas de fusilería. ¡Qué tiempos aquellos! No parecía sino que la libertad política se la habían conquistado para sí cuatro ambiciosos sobre la ruina de las libertades públicas… se deportaba liberales y conservadores a las playas centro-americanas, el presidio estaba lleno y un soplo de horror trágico pasaba por la frente de los ecuatorianos… Es Vivar que cae de bruces en las puertas del cementerio de San Diego; es Guillén que implora compasión en el patio de la Intendencia de Cuenca; es Tello, que triste y desesperadamente proclama su inocencia en el Malecón de Guayaquil; es el P. Emilio Moscoso, que rueda herido por la bala asesina a los pies del crucifijo en el colegio de los jesuitas de Riobamba; es el pobre clérigo Eudoro Maldonado, que se revuelca en estancia solitaria moribundo y congojoso; son los que murieron de nostalgia y hambre en las playas centro-americanas; los que hallaron su tumba en la costa ecuatoriana, víctimas de la fiebre amarilla; los vapuleados de Cuenca, los desorejados de Tulcán, los torturados de Quito, los asesinados en Guangoloma… Perdón, pobres sombras” (Manuel J Calle, Hombres de la Revuelta.1906) No podemos dar por sentado que lo que expone Manuel J Calle, en su libro sea el contexto de lo que ocurrió, tomando en cuenta que según relatan biógrafos de Calle, escribía cargado de rencor producto de problemas psicológicos que lo atormentaban y lo que fue considerado en su momento como la obra con la cual se inició la prosa periodística del siglo XX en el Ecuador, lo convirtió en una salida a sus demonios personales. Muchos intelectuales de la época, evocaban los triunfos de la revolución liberal, como el inicio de un período en el cual tendrían participación muchos sectores populares, un proceso que empezaba con el nuevo siglo y tenía como objetivo la creación de un Estado Laico, sin el estigma de la autoridad de origen celestial, es así que posterior a la muerte del General Alfaro, el escritor colombiano José María Vargas Vila, (1860-1933) publica , La Muerte del Cóndor, en donde analiza y cuenta en una crónica histórica los hechos que marcaron la vida política y social en el Ecuador de inicios del siglo XX, retratando la figura de Alfaro como la de un heroico, militar e idealista. Cito uno de sus párrafos: “Cuando esos pueblos, cercanos al trópico, sa- 39