Revista Caminantes 001 - Agosto 2014 | Page 36

un tiempo indeterminado, la comodidad de manejar y el placer de conducir, tengo treinta minutos entre mi casa y mi trabajo ¡parecía más! y han sido las medias horas más bonitas para conocerme mejor, pensar con calma, valorar mi entorno, lo que soy o dejo de ser cada día. Vivo en el campo y caminando conozco mejor a mis vecinos, que desde temprano están en sus terrenos sembrado o cosechando, dando de comer a los animales y llevando un poco de leche para el desayuno, todos sin excepción alguna, te saludan y soy “un vecino más!”, aun sin sentirlo de verdad luego de ser más de 40 años citadino. Cada mañana me abraza la imagen de un nevado como el Chimborazo, expuesto o escondido da igual, y, me muestra lo maravilloso que puede ser el mundo y por qué vuelan tantas horas y gastan tantos dólares los turistas para ver lo que yo lo hago solo por volver a caminar y tener más tiempo… Mi sendero es la ruta para ver el despertar del volcán Tungurahua – celosos, lleno de misterio y a veces de ceniza - pero también el descanso vespertino del Altar, donde los últimos rayos del sol van muriendo, cuando estoy de regreso, mi caminar es la paradoja de ver casas modestas, de teja y adobe, pero otras muy bonitas y lujosas, de perfiles y ventanales, contrasentido propio del siglo del consumismo y la injusticia, puedo mirar transportarse en carros del año e híbridos, pero también en burros, mulas, bicicletas viejas y motonetas de segunda mano. 36 El Renault de mi señora se convirtió en el terreno donde construimos un hogar más que una casa y lejos de la ciudad… buena decisión!