un tiempo indeterminado, la comodidad de manejar y el placer
de conducir, tengo treinta minutos entre mi casa y mi trabajo
¡parecía más! y han sido las medias horas más bonitas para
conocerme mejor, pensar con calma, valorar mi entorno, lo que
soy o dejo de ser cada día.
Vivo en el campo y caminando conozco mejor a mis vecinos,
que desde temprano están en sus terrenos sembrado o cosechando, dando de comer a los animales y llevando un poco de
leche para el desayuno, todos sin excepción alguna, te saludan
y soy “un vecino más!”, aun sin sentirlo de verdad luego de ser
más de 40 años citadino.
Cada mañana me abraza la imagen de un nevado como el
Chimborazo, expuesto o escondido da igual, y, me muestra lo
maravilloso que puede ser el mundo y por qué vuelan tantas
horas y gastan tantos dólares los turistas para ver lo que yo lo
hago solo por volver a caminar y tener más tiempo…
Mi sendero es la ruta para ver el despertar del volcán Tungurahua – celosos, lleno de misterio y a veces de ceniza - pero también el descanso vespertino del Altar, donde los últimos rayos
del sol van muriendo, cuando estoy de regreso, mi caminar es la
paradoja de ver casas modestas, de teja y adobe, pero otras muy
bonitas y lujosas, de perfiles y ventanales, contrasentido propio
del siglo del consumismo y la injusticia, puedo mirar transportarse en carros del año e híbridos, pero también en burros, mulas, bicicletas viejas y motonetas de segunda mano.
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El Renault de mi señora se
convirtió en el terreno donde
construimos un hogar más que
una casa y lejos de la ciudad…
buena decisión!