Revista Calderón Revista 2017-18 | Page 34

Pero la verdadera tragedia se desencadenó el día que a Mujer Abstracta se le ocurrió volver a prestar atención a sus observadores, que eran muy habituales. Aunque seguía pareciéndole un descaro total que le juzgaran los miembros de una realidad que no era la suya, de todos modos jamás había interactuado ni interactuaba con esta última, y de algún modo sabía que al fin y al cabo esa otra realidad estaba de algún modo conectada con su existencia y con la de todas las obras que conocía -y las que no conocía-, y más importante aún: con su significado y su por qué. Y fue una buena deducción, porque desde luego no se equivocaba. El problema fue que ese paso lo dio demasiado tarde y a la vez demasiado pronto, en un punto medio en el abstracto tiempo en el que lo que escuchó no hizo sino hundirla todavía más. Durante ese corto periodo recibió una condescendencia y un desprecio que percibió similar al que ella misma se tenía pero que no había permitido crecer aún, lo cual fue más que suficiente para empeorar exageradamente las cosas en su interior abstracto. Cada impresión nueva que daba -o que ella pensaba que daba- y recibía hacía que se apagase cada día un poquito más su deseo de significar ya no sólo algo, sino algo importante, y con ello, que se fuese apagando Ella en su plenitud. Y arrepentida, retornó a la costumbre de hacer oídos sordos y a sus dudas, pero en esta ocasión aún más desolada, deseando no haber vuelto a escuchar nunca. Y deseando además dejar de escuchar permanentemente, porque esos golpecillos que escuchaba sólo en ocasiones ahora se percibían como nunca antes: golpes estridentes, claramente intencionados y que pretendían sin duda llamar nada menos que su atención. Ya no importaba demasiado: eventualmente ese deseo de ignorar cualquier interacción con la “otra” realidad y de no escuchar nada fue transformándose directamente en algo aún más destructivo: la culpa, el deseo de no existir. Una mañana, Mujer Abstracta se despertó -aunque en realidad ella nunca dormía- y por fin encontró una inmensa y descomunal paz. Aunque apenas pudo disfrutarla, porque esa paz llegada tan de repente como una ventisca de invierno por desgracia no era la que Mujer Abstracta había estado anhelando toda su corta y dudosa - y abstracta- existencia, ni la que merecía: era la paz de la ausencia, de su ausencia. Mujer Abstracta había sido siempre un concepto incierto, pero ahora ni siquiera había concepto, porque ella ya no estaba. Los golpes habían cesado también, aunque no porque su ejecutora también hubiese dejado de existir. Pero,¿quién era esta segunda obra, ese segundo concepto, más definido y claro, que ahora lloraba sin consuelo por la repentina y ya permanente ausencia de Mujer Abstracta? Resulta que algo que tristemente Mujer Abstracta no pudo llegar a saber es que era nada menos que la pólvora de una mente explosiva que sólo necesitaba un poco de práctica para llegar a crear maravillas -y vaya si las creó-, era el nudo en la garganta de antes de llorar y desahogarse, y el calmado paisaje desértico justo antes de una tormenta de ideas (de ideas abstractas). Esta nueva obra artística que ahora lamentaba la pérdida de una hermana mayor era algo así como todos esos escenarios posteriores, porque no hubiese existido sin la pobre Mujer Abstracta, que se rindió ante la poderosa convicción de que era insignificante. Su existencia abstracta no dudó un segundo a la hora de ser injusta, y tristemente Mujer Abstracta nunca supo que su pesadilla, que creía 34