Revista Cactus Cactus 37 | Page 8

Cactus H A R M ( O N I C S ) YAHVÉ M. DE LA CAVADA Por qué ya no opino en redes sociales PARA EMPEZAR, PORQUE SOIS TODOS GILIPOLLAS. Leo las cosas que escribís y pienso: madre mía, qué gilipollas. Y sé que cuando yo he escrito respuestas, comentarios, opiniones, valoraciones, qué sé yo, he sido, en muchas ocasiones, otro puto gilipollas. No me cabe duda. Las redes hacen esto, lo creas o no. Incluso en el momento en que más lúcido y elocuente te sientes, ese momento en el que escribes esto o aquello de forma ingeniosa y ocurrente, sabiendo que vas a generar empatía, colegueo, complicidad virtual, aprobación, sí, joder, esa deliciosa y adictiva aprobación por parte de tantos de esos gilipollas que pueblan tus listas de amigos y followers, incluso en esas veces en las que te sientes tan bien por el feedback recibido, el zasca propinado o el simple hecho de verter eso que llamas opinión en las retinas de quienes leen lo que escribes, todas esas veces, es probable que estés siendo un completo gilipollas. Seguro que lo has pensado más de una vez de tus contactos: ¿cómo es posible que esa persona que conoces, siempre tan agradable cara a cara, incluso divertida, sea tan absolutamente gilipollas cuando escribe en redes? ¿Cómo puede ser que piense, defienda, apoye o haya escrito una tontería de semejante calibre? Porque en internet hay dos tipos de opinión: las que coinciden con lo que tú opinas (hablo de opinión aquí como si tú, que probablemente no has generado una opinión propia desde que decidiste tu sabor de helado favorito, reflexionases a menudo sobre las imbecilidades que pones en internet, repitiendo como un papagayo lo que sea que has leído u oído y te ha parecido suficientemente convincente como para adoptarlo como propio), y las que son una puta gilipollez. Todas esas que dan vergüenza ajena, que dan risa, que dan asco. Os aseguro que para mí son la mayoría. Y no me excluyo: gracias a esas monstruosas herramientas de las redes que muestran tus publicaciones de “tal día como hoy” hace dos, cinco, siete o diez años, hoy me leo a mí mismo y pienso: madre mía, qué puto gilipollas. Si no me equivoco, abrí mi primera cuenta en Facebook hace diez años. Diez años de mi vida compartiendo opiniones o pareceres con gente que, en realidad, y a pesar de las apariencias, no tenía interés en ello. Compartiendo mis miserables y tediosas vivencias para entretener, a su vez, las miserables y tediosas vidas de mis “amigos”. Diez años compartiendo “noticias”, curiosidades, actividades, como si alguno de nosotros fuese un emisor o receptor relevante para alguien más que el puñado de satélites que vagan por nuestros espacios virtuales. Diez años también, en mi caso, compartiendo gustos, lecturas y, sobre todo, música, intentando hacer proselitismo más allá de los centenares de artículos que he publicado en medios y que tan pocos lectores encontraron entre mis seguidores, porque nunca provocaron su interés, sin que yo pudiese culparles por ello. En estos diez años he escrito miles de opiniones en redes, siempre intentando aportar lo que consideraba un meditado punto de vista. Nunca recibí nada de provecho, nada de lo que nadie me dijo al respecto, fuese desde la aprobación o desde la reprobación, me resultó genuinamente útil. Así que ya no opino en redes. Después de una décadas de idas y venidas en diferentes plataformas he decidido que, para mí, al menos, es una absoluta pérdida de tiempo. Incluso cuando sé a ciencia cierta que alguien está diciendo algo equivocado, y puedo demostrarlo y explicarlo, prefiero callarme. No gano nada, y a nadie le interesa. Y si les interesa, pueden informarse mediante fuentes más ilustradas y completas que yo; las mismas en las que yo me informé. Sigo escribiendo mi opinión musical —la única relevante, de serlo— en publicaciones en las que me pagan por ello porque entienden que mi criterio es valioso y formado. Pero ya no quiero jugar más. No me apetece nada. Y es una pena, porque las posibilidades de comunicación son enormes y las redes podrían ser muy enriquecedoras para mucha gente, pero hay demasiado ruido para oír nada, demasiado fango para encontrar nada de valor, demasiada basura para poder evitar un entorno insalubre. Insalubre es la palabra. Por divertido que sea, por mucho que te enganche y que te haga sentir parte de “la realidad”, toda esa exposición es, en esencia, insalubre. Te deforma. Te hace daño. Y es una enorme pérdida de tiempo, porque no hay sustancia detrás de todos esos posts, chascarrillos, noticias falsas o tendenciosas, exabruptos hinchados de convicción o comentarios ingeniosos. Todo eso está ocupando gran parte del espacio de tus reflexiones en tu vida, incluso aunque te consideres un espíritu crítico e informado que chapotea en el lodazal de las redes como si el caudaloso torrente de inmundicia no fuese contigo. Porque, estadísticamente, lo más probable es que no seas más que otro gilipollas que se informa en las redes y que, al mismo tiempo, las alimenta con su frivolidad. 08