Revista Cactus Cactus 37 | Page 4

Cactus L A E S T R A T O S F E R A JOSÉ BLÁZQUEZ La férrea fuerza de voluntad del turista todos comparten, la viven en silencio, entre iguales, dentro de la clase turista. ¡Qué entereza la de nuestro turista, que gracias a su férrea fuerza de voluntad puede disimular su displacer! ¡Y qué heroicidad la de todos ellos, los turistas, mantenerse dignamente en pie, a miles de kilómetros de sus casas, encubriéndose los unos a otros que no son capaces, ni siquiera unos días, de sacudirse de encima la tediosa vida que llevan a rastras durante el resto del año! Y más. Tan fabulosa es su férrea fuerza de voluntad que ni siquiera esta revelación hace que el turista se venga abajo. Armado con una cámara fotográfica que solamente saca del armario cada vez que sale de vacaciones, el turista mitiga su vacío como muy bien se tiene aprendido, registrando imágenes de todos los lugares por los que arrastra su miserable vida. De esta manera, cuando vuelva a la cárcel donde reside habitualmente, habrá acumulado una colección de miles de fotografías en cuya superficie podrán verse, o bien espléndidos paisajes que habrá retratado como lugares libres de turistas, inmaculados, paradisíacos, o bien “selfies” donde el turista se habrá demostrado a sí mismo hasta qué punto es un arte el hecho de haber logrado, repetición tras repetición, la misma sonrisa estándar en la que por fin ha conseguido parecerse a su fotografía, igual que la Jovencita (saludos, Tiqqun). Su fuerza de voluntad es tan férrea y formidable que incluso le alcanza para mitigar buena parte del aburrimiento que siente con el hecho de compartir desde el destino vacacional alguna de estas fotos en las redes sociales, paisajes y “selfies”, con un ingenio con el que logrará proyectar el triste y absurdo documental que está viviendo como una ficción entretenida y con sentido. Finalmente, también sin reconocerlo en público, cuando regrese, el turista sentirá el alivio de volver a su soporífera vida; una vuelta que, sin embargo, criticará entre sus compañeros y compañeras de trabajo, contraponiendo el argumento de lo bien que se lo ha pasado en las vacaciones y lo mucho que ha desconectado. Luego, su férrea fuerza de voluntad se irá diluyendo lánguidamente en el hastío de sus días hasta que, meses después, llegada la fecha, el turista, como tiene por costumbre, se ilusionará cuando proyecte el viaje de sus próximas vacaciones. Y vuelta a empezar. AÑO TRAS AÑO, llegada la fecha, unos meses antes de las vacaciones, el turista se ilusiona cuando proyecta su viaje. Esa emoción que siente, de tan aprendida que se la tiene, le brota como un automatismo que vive sin apenas esfuerzo, para hacer frente a los preparativos. Con un ánimo de espíritu extraordinario, el turista cogerá impulso y en pocos días habrá elegido un destino, habrá decidido el alojamiento después de haber supervisado todas las páginas comparadoras de hoteles y habrá seleccionado los vuelos en avión de ida y vuelta. Nada puede detener el impulso formidable que coge el turista estos días, movido por un entusiasmo que puede leerse en la sonrisa de su boca. Sin duda, el turista, cuando proyecta su viaje, tiene la sensación de ser un espíritu elevado, destinado a pasar esos grandes momentos que ya ha previsto y diseñado y que solamente pueden disfrutar los elegidos. Sobrecoge, observada desde fuera, la férrea fuerza de voluntad con la que el turista se adelanta a los acontecimientos. Y es, precisamente, esta férrea fuerza de voluntad la que posibilita que el turista se sobreponga con éxito al primer obstáculo que le sobreviene en su viaje, cuando, en la víspera de las vacaciones, llega el temido momento de hacer las maletas. En ellas, el turista se enfrenta al problema metafísico del equipaje, según el cual el volumen disponible siempre es menor que las necesidades de llenado. No es de extrañar, entonces, que al turista, cuando se enfrenta a esta odiosa limitación, se le despierten algunos de sus demonios. Menos mal que el turista, curtido en mil batallas igual que esta, no llega a perder los papeles porque sabe que esta sensación de malestar es pasajera y sabe que al día siguiente se habrá repuesto totalmente. Así, cuando cargue con las maletas y salga de su casa, en dirección al destino elegido, transportará su equipaje a lo largo de los interminables pasillos del aeropuerto, de nuevo hinchado de ilusión. También sabe el turista, con la debida antelación, que a los pocos días de haber aterrizado en el paraíso elegido empezará a aburrirse. Sabe que su sonrisa inicial tarda muy poco en desdibujarse de su rostro para dar paso a cierto rictus de cansancio. Pero aunque lo sepa, tanto nuestro turista como los demás turistas que lo acompañan y lo rodean, ninguno de ellos reconocerá nunca en público su fatiga. Por verdadera que sea la extenuación que 04