Cactus
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JOSÉ BLÁZQUEZ
La férrea fuerza de
voluntad del turista
todos comparten, la viven en silencio, entre iguales,
dentro de la clase turista. ¡Qué entereza la de nuestro
turista, que gracias a su férrea fuerza de voluntad
puede disimular su displacer! ¡Y qué heroicidad la
de todos ellos, los turistas, mantenerse dignamente
en pie, a miles de kilómetros de sus casas,
encubriéndose los unos a otros que no son capaces,
ni siquiera unos días, de sacudirse de encima la
tediosa vida que llevan a rastras durante el resto del
año!
Y más. Tan fabulosa es su férrea fuerza de
voluntad que ni siquiera esta revelación hace que
el turista se venga abajo. Armado con una cámara
fotográfica que solamente saca del armario cada
vez que sale de vacaciones, el turista mitiga su vacío
como muy bien se tiene aprendido, registrando
imágenes de todos los lugares por los que arrastra
su miserable vida. De esta manera, cuando vuelva
a la cárcel donde reside habitualmente, habrá
acumulado una colección de miles de fotografías
en cuya superficie podrán verse, o bien espléndidos
paisajes que habrá retratado como lugares libres de
turistas, inmaculados, paradisíacos, o bien “selfies”
donde el turista se habrá demostrado a sí mismo
hasta qué punto es un arte el hecho de haber logrado,
repetición tras repetición, la misma sonrisa estándar
en la que por fin ha conseguido parecerse a su
fotografía, igual que la Jovencita (saludos, Tiqqun).
Su fuerza de voluntad es tan férrea y formidable
que incluso le alcanza para mitigar buena parte del
aburrimiento que siente con el hecho de compartir
desde el destino vacacional alguna de estas fotos en
las redes sociales, paisajes y “selfies”, con un ingenio
con el que logrará proyectar el triste y absurdo
documental que está viviendo como una ficción
entretenida y con sentido.
Finalmente, también sin reconocerlo en público,
cuando regrese, el turista sentirá el alivio de volver
a su soporífera vida; una vuelta que, sin embargo,
criticará entre sus compañeros y compañeras de
trabajo, contraponiendo el argumento de lo bien que
se lo ha pasado en las vacaciones y lo mucho que ha
desconectado. Luego, su férrea fuerza de voluntad
se irá diluyendo lánguidamente en el hastío de sus
días hasta que, meses después, llegada la fecha, el
turista, como tiene por costumbre, se ilusionará
cuando proyecte el viaje de sus próximas vacaciones.
Y vuelta a empezar.
AÑO TRAS AÑO, llegada la fecha, unos meses antes
de las vacaciones, el turista se ilusiona cuando
proyecta su viaje. Esa emoción que siente, de
tan aprendida que se la tiene, le brota como un
automatismo que vive sin apenas esfuerzo, para
hacer frente a los preparativos. Con un ánimo de
espíritu extraordinario, el turista cogerá impulso y en
pocos días habrá elegido un destino, habrá decidido
el alojamiento después de haber supervisado
todas las páginas comparadoras de hoteles y habrá
seleccionado los vuelos en avión de ida y vuelta.
Nada puede detener el impulso formidable que coge
el turista estos días, movido por un entusiasmo que
puede leerse en la sonrisa de su boca. Sin duda, el
turista, cuando proyecta su viaje, tiene la sensación
de ser un espíritu elevado, destinado a pasar esos
grandes momentos que ya ha previsto y diseñado y
que solamente pueden disfrutar los elegidos.
Sobrecoge, observada desde fuera, la férrea
fuerza de voluntad con la que el turista se adelanta a
los acontecimientos. Y es, precisamente, esta férrea
fuerza de voluntad la que posibilita que el turista
se sobreponga con éxito al primer obstáculo que le
sobreviene en su viaje, cuando, en la víspera de las
vacaciones, llega el temido momento de hacer las
maletas. En ellas, el turista se enfrenta al problema
metafísico del equipaje, según el cual el volumen
disponible siempre es menor que las necesidades
de llenado. No es de extrañar, entonces, que al
turista, cuando se enfrenta a esta odiosa limitación,
se le despierten algunos de sus demonios. Menos
mal que el turista, curtido en mil batallas igual que
esta, no llega a perder los papeles porque sabe que
esta sensación de malestar es pasajera y sabe que
al día siguiente se habrá repuesto totalmente. Así,
cuando cargue con las maletas y salga de su casa,
en dirección al destino elegido, transportará su
equipaje a lo largo de los interminables pasillos del
aeropuerto, de nuevo hinchado de ilusión.
También sabe el turista, con la debida antelación,
que a los pocos días de haber aterrizado en el
paraíso elegido empezará a aburrirse. Sabe que su
sonrisa inicial tarda muy poco en desdibujarse de
su rostro para dar paso a cierto rictus de cansancio.
Pero aunque lo sepa, tanto nuestro turista como
los demás turistas que lo acompañan y lo rodean,
ninguno de ellos reconocerá nunca en público su
fatiga. Por verdadera que sea la extenuación que
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