Revista Asociación de Cirujanos Guatemala Revista 2019 | Page 45
Donación y Trasplante de Órganos
tes de seres humanos. Y este insumo se genera en
la misma comunidad de humanos, donde están los
enfermos que los necesitan. La disponibilidad de ór-
ganos suficientes para satisfacer la demanda, va en
relación directa a la disponibilidad que tengan las
personas en una sociedad a donar sus órganos, y acá
nos referimos sobre todo a su prestancia a ser do-
nantes de órganos al morir. Si una población confía
en la transparencia con que se manejará una dona-
ción de órganos, y por ello asume, que si ella misma
(o un ser querido) necesitaran de un trasplante, ob-
tendrían acceso oportuno, equitativo y seguro a un
órgano, automáticamente genera una disposición
abierta a la donación. Sobre premisas como éstas es
más sencillo crear una cultura proclive a la donación
de órganos. Si, por el contrario, la población descon-
fía de sus sistemas de salud, y existen dudas sobre
el destino de órganos donados, o se sospecha de su
distribución fraudulenta o preferencial a sectores
con poder adquisitivo o privilegios, la prestancia a
donar, nunca se logrará arraigar como “cultura de
donación” en esa sociedad.
En el otro lado, está, lo que yo llamo “el eslabón más
frágil” en toda la cadena de donación-trasplante, y
que es, sin duda, el Donante vivo. Se trata de una
persona, que, sin padecer ninguna enfermedad, se
verá sometida a una serie de exámenes médicos
que conllevan desplazamientos, incomodidades,
ausencia laboral a veces no remunerada, y en últi-
ma instancia a una intervención quirúrgica no-te-
rapéutica, y a la pérdida irreversible de un órgano
perfectamente sano. Si imaginamos, que cualquiera
de nosotros estaría seguramente dispuesto sin repa-
ros, a llevar a cabo este gesto de solidaridad y amor
por un ser querido, este acto de generosidad se ve
indudablemente enturbiado cuando ocurre como
resultado de la venta de un órgano por necesidad,
a un receptor que tiene el recurso para pagar por él.
El sublime acto de generosidad de una donación, se
convierte en un deleznable acto de “compraventa en
un modelo puro de explotación”, donde alguien que
tiene la necesidad, vende, y alguien otro que tiene el
recurso, compra, aprovechando la vulnerabilidad de
la otra persona. Y el precio, por supuesto, lo pone, al
final, el comprador o el intermediario.
Tristemente este acto de compraventa, encuentra
fervientes defensores con argumentos mercado-
lógicos que quieren explicar no solo las bondades
de vender órganos, sino lo indispensable que esto
resulta para solventar la escasez de los mismos (“la
demanda”) para satisfacer las necesidades del cre-
ciente número de enfermos (“el mercado”). De tal
manera, resulta que en un país industrializado, don-
de la espera en TRR por varios años resulta suma-
mente onerosa, los mercadólogos han calculado el
precio a pagar por un órgano comprado hasta en $
100 000, mientras que al mismo “insumo” el “mer-
cado libre” le asigna apenas $ 500-1000 cuando vie-
ne de un donante de regiones empobrecidas.
Resulta evidente entonces, por qué los gobiernos de
las naciones deben emitir leyes y regulaciones para
encuadrar en un marco de legalidad toda la activi-
dad que rige las prácticas relacionadas con procurar,
extraer, preservar, almacenar, transportar, adjudicar
y finalmente trasplantar órganos que están destina-
dos -como un recurso natural valiosísimo que salva
vidas humanas- a estar al alcance de pacientes que
los necesitan, pero con reglas de seguridad biológi-
ca, justicia distributiva y efectividad terapéutica.
Pienso que resulta superfluo ahondar en la búsque-
da de razones, de por qué entonces las prácticas re-
lacionadas con la Donación y el Trasplante de Órga-
nos deben estar enmarcadas en leyes y regulaciones
específicas, para evitar la compraventa de órganos,
el turismo de trasplante y lograr con buenas prácti-
cas, la creación de una “Cultura de Donación” que
haga innecesarias las prácticas ilegales y proporcio-
ne una respuesta legítima a la necesidad creciente
por órganos para trasplante.
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