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el niño que miraba En una calle de Trujillo, donde la vida era hermosa y colorida, todas las tardes los niños salían a saltar y jugar, a contar sus chis- mes y travesuras de como había sido su día en el colegio. Desde la casa de fachada azul, en medio de la calle, había un niño que no era como los demás. Se negaba a jugar, a bailar, a cantar y brincar. Se contentaba con so- lamente mirarlos desde su ven- tana, sin hacer nada por hablar o hacer amistad. Había entre los niños una niña que siempre salía acompañada de sus muñecas. El niño que no le gustaba hacer nada le gustaba verla jugar. Sentada en medio del parque, tomando gaseosa con Doritos en el invierno o un mar- ciano de lúcuma o de maracuyá en los veranos. Disgustados de verse siempre contemplados, la niña y los demás niños se acercaron a la ventana del niño observador y le arrojaron piedras, trayéndose abajo los cristales. Sin conmoverse por las lágrimas, la niña, que se destacaba por su buena puntería, le arrojó un pedazo de ladrillo que le impac- tó de lleno en la cara y el niño 8 nunca más los volvió a mirar. Había quedado mudo y paralíti- co en un accidente en el que sus Pasaron los años y los niños padres fallecieron y había queda- crecieron. Tema de sus conversa- do tuerto por un ladrillazo que le ciones era recurrente la ventana cayó en el ojo. - abandonada y el niño que antes se asomaba. El secreto de su Todas las tardes, la enfermera timidez lo comprendió la niña, saca a su paciente a la calle para ahora enfermera de un albergue, escuchar a los niños jugar y bai- cuando vio a ese niño ahora lar. Sonríe a pesar que ya no los crecido en una silla de ruedas. puede mirar.