En este contexto, la ciudad de México, como capital del país y cuya primacía se ha
mantenido desde principios del siglo XX hasta nuestros días, ha experimentado dichas consecuencias; su población ha sido testigo del deterioro de las condiciones de vida en una urbe cuya capacidad de generar empleo de calidad, bien remunerado, es cada vez más limitada para una amplia mayoría; esta coyuntura favorece la desigualdad social y la presencia de los nuevos pobres urbanos quienes han sido poco estudiados debido a que el interés del Estado se ha enfocado, principalmente, al medio rural.
La CDMX se ha caracterizado por la presencia de altas tasas de desempleo e informalidad, que están directamente relacionadas con la situación económica y la desarticulación productiva del país, resultado de la apertura indiscriminada y el ajuste económico. La contracción del sector público y la caída que han experimentado los sectores más vinculados con el mercado interno, que no han logrado su plena recuperación desde la crisis de 1995, han sido factores que han reforzado las tendencias del mercado laboral (Gobierno del Distrito Federal, 2006)
En consecuencia, el gobierno de la ciudad ha optado por una estrategia de desarrollo social que permita consolidar un nuevo modelo económico. A partir de la formulación del Programa General de Desarrollo 2000-2006, se establecieron los objetivos y estrategias rectoras bajo el lema de primero los pobres, en apego a los principios generales de ser un gobierno promotor y socialmente responsable cuya política social se constituyó en el eje articulador, con la finalidad de frenar el empobrecimiento de la población y disminución de las desigualdades sociales
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