Edgar Allan Poe
De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado
tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias.
Aunque todos los participantes deseábamos mantener el asunto alejado del público -al menos por el momento, o
hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de investigación-, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en
difundirse una versión tan espuria como exagerada que se convirtió en fuente de muchas desagradables
tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad.
El momento ha llegado de que yo dé a conocer los hechos -en la medida en que me es posible comprenderlos-.
Helos aquí sucintamente:
Durante los últimos años el estudio del hipnotismo había atraído repetidamente mi atención. Hace unos nueve
meses, se me ocurrió súbitamente que en la serie de experimentos efectuados hasta ahora existía una omisión
tan curiosa como inexplicable: jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en
primer lugar, un paciente en esas condiciones sería susceptible de influencia magnética; segundo, en caso de que
lo fuera, si su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuánto
tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte. Quedaban por aclarar otros puntos,
pero éstos eran los que más excitaban mi curiosidad, sobre todo el último, dada la inmensa importancia que
podían tener sus consecuencias.