Reflexiones / Marzo, 2016 21
INVITADO
Ciudad
“Francisco: misericordia pero también solidaridad”
Pablo Gómez
Escribo esta carta abierta a Francisco, pontífice máximo de la Iglesia Católica, para exponerle que ningún pueblo en verdad perdona a sus opresores. Pedir perdón como usted recomienda es quizá un refugio del ofensor pero, cuando hubo dolo, jamás podrá reparar el daño y ni siquiera reconfortar al ofendido aunque ése lo conceda por necesidad, conveniencia o sencilla piedad. Los integrantes de los pueblos originales de América han sido víctimas de crímenes y vejaciones durante siglos. No sólo sus valores fueron considerados inferiores, como usted ha dicho en Chiapas, sino ante todo ellos han sido tratados como inferiores.
La idea que usted expone de que los integrantes de los pueblos indios han sido excluidos es vieja pero falsea la realidad. En verdad los indígenas fueron incorporados desde un principio, su fuerza de trabajo fue usada para cultivar la tierra y producir los alimentos de todos los habitantes, para explotar las canteras, para escavar las minas y extraer los metales, para construir los palacios y las catedrales, entre otras muchas grandes obras. Han creado también ciudades o partes de ellas. Siempre han estado incluidos en el sistema socio-económico, son uno de los segmentos de éste. La cuestión ha sido que su lugar es el de los expoliados, explotados, vilipendiados por los opresores de antes y de hoy. De donde sí se les excluyó fue del poder político, desde la Colonia hasta nuestros días.
A la luz de esta parte de la realidad, la misericordia es digna de ser reivindicada dentro del catolicismo como usted lo ha venido haciendo, pero carecerá de suficiente fuerza renovadora en tanto no vaya acompañada de la solidaridad. Usted mismo lo ha dicho en Chiapas donde, parafraseando quizá al Popol Vuh o al Éxodo, habló de una tierra donde “la injusticia sea vencida por la solidaridad”. Sí, la misericordia puede reconfortar a muchos y mejorar la actitud del clero pero la solidaridad es indispensable como medio de acción en pos de una obra social. Usted mismo ha rendido homenaje a nuestro querido Samuel Ruiz, quien fue sometido a comparecencias en el Vaticano debido a su solidaridad con los pueblos indios de Chiapas y con otros muchos que luchaban por sus reivindicaciones sociales y su libertad. Usted convocó en Morelia a los sacerdotes a salir a la calle a predicar, lo cual no hacen por lo general, pero también creo que usted mismo puede darse cuenta que la prédica tradicional es ya inoperante y que se requieren los instrumentos de la acción solidaria con quienes luchan por cambiar la vida.
La crítica que usted hace del clero católico quizá sea adecuada tal como la expresa. Además, su rechazo a la corrupción y la violencia es del todo bienvenida por la inmensa mayoría. Pero sin compromiso solidario todo eso quedará en buenos deseos y grandes discursos. Si el alto clero católico fuera capaz de jugar un papel nuevo ése sería el de la acción solidaria con quienes luchan por cambiar el mundo de injusticia en el que vivimos. Así lo hacen, como vemos, no pocos sacerdotes e incluso algunos obispos. Pero sería necio negar que otros, los de mayor jerarquía, asumen actitudes de simpatía con el sistema injusto y opresor donde por cierto se origina esa brutal enfermedad mexicana que es la corrupción, la cual pocas veces es levemente criticada por esas jerarquías eclesiales que hablan sin autorización alguna en nombre de todos los católicos.
Entiendo que su lucha es desigual pero si usted mismo se detiene ante la incomprensión de los suyos, ¿qué podemos esperar de muchos otros que no tienen la fuerza moral de un Papa? La obra civilizatoria de nuestros días no sólo es acabar con las guerras y defender el planeta sino es también superar el estado de opresión en el que se encuentra la inmensa mayoría de la humanidad. Para ello es preciso luchar con los instrumentos de la solidaridad. Una iglesia solidaria ha sido aspiración de aquellos que desde el sacerdocio nos han mostrado caminos de acción para superar la injusticia y las desigualdades. ¿Es imposible una ruptura con todo aquello que impide la acción de una iglesia que busque un futuro mejor? Se dice que el clero no es un partido aunque con frecuencia asume posiciones políticas. Pero no es una militancia lo que se espera de los sacerdotes sino la solidaridad con quienes pugnan por la fractura de las estructuras sociales imperantes y el consecuente progreso colectivo. La misericordia sola servirá para reconfortar a la gente, para comunicar sentimientos, pero no para cambiar la sociedad injusta.
En discrepancia con usted creo que no es la pobreza una cantera de la violencia criminal sino el resentimiento provocado por la injusticia y la falta de perspectivas ciertas de vida. Sus causas directas son el carácter inservible del sistema para superar el atraso social y la desigualdad, y el Estado corrupto que nos agobia, pero también la cobardía para regular lo que hoy está prohibido y, por tanto, ha sido convertido desde el poder en un inmenso negocio de bandas proscritas de narcotraficantes que se reproducen incesantemente ante la inoperancia de los gobiernos en el mundo entero.
Creo que usted dejó pasar la oportunidad de tener un diálogo directo con los padres de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa. Digo que era una oportunidad porque, aunque se molestara el gobierno mexicano, le hubiera permitido a usted subrayar algo emblemático con pocos precedentes recientes. La tragedia de Iguala fue producto de una acción criminal conjunta de policía y delincuentes organizados, es decir, un producto directo del Estado corrupto. La misericordia pudo haberse aquí combinado con la solidaridad: fue una oportunidad perdida… de momento, tal vez.