La vulnerabilidad
Los humanos, capaces de construir ciudades monumentales
y alcanzar con sus cohetes al espacio, se desmoronaron
ante un virus invisible. Cedió rápidamente la certeza de
estar en control de nuestras vidas, y nos sentimos ahogados
por la gravedad de la situación. La voz de María Jose, de
Ecuador, describe este cambio perfectamente: “La vida es
tan hermosa, pero frágil y de la noche a la mañana puede
cambiar tu mundo y todo lo que conoces”. Perder nuestro
camino se siente extraño y frustrante, y como si todo por
lo que luchábamos se hubiera cambiado de significado.
Ahora, ni siquiera se sabe cómo serán nuestras vidas en los
siguientes meses.
Pero entre estos sentimientos de vulnerabilidad y fragilidad,
florece el agradecimiento. En los testimonios que recibí, se
repetía este concepto de que no importa cuánto uno pierda
- siempre existe la realidad de que hay otra persona en este
mundo que tiene menos. Ya sea por tener a la familia o a los
seres queridos cerca durante la cuarentena, por mantener
su empleo o poder trabajar remotamente, o por no llevar
enfermedades preexistentes y no estar enfermo, la gente
tiene “dicha al dar[se] cuenta que hay gente que está peor”
(Karim Chavez, México). Reconocer lo afortunado que
somos algunos mientras que muchos otros sufren es una
llamada a las injusticias del privilegio.
Las pérdidas sufridas por esta pandemia son grandes
y revelan nuestra vulnerabilidad humana. Pero hemos
podido aprender a valorar las cosas que antes se daban por
hecho, y cambiar nuestra perspectiva para centrarnos en
las cosas simples de la vida.
La esperanza
Ahora mismo, enfrentamos un momento decisivo. Tenemos
muchos problemas urgentes que, sin un cambio de rumbo
significante, nos dejarán destrozados. El cambio climático,
la injusticia económica, el racismo y la inequidad, las
enfermedades y la sanidad, y muchos más. Los siguientes
pasos resultan inciertos, dependientes de las decisiones de
la gente, los gobiernos y nuestros líderes. Esta pandemia
nos ofrece tiempo esencial para reflexionar en los errores
que estamos cometiendo, y reenfocarnos en las soluciones.
Los humanos somos muy adaptables, lo que sirve como
ventaja y desventaja simultáneamente. Tendemos a ver
los problemas como algo temporal - la siguiente barrera
de superar - pero en el acto, falta que hagamos los
cambios suficientes para evitar repetirlos. Regresamos a
lo que hacíamos antes, “como un adicto que, después de
la abstinencia, usa las drogas más que antes” (Giacomo,
Milán). Esto impide que cambiemos la forma en que
vivimos en este planeta. Alrededor del mundo, mucha
gente mantiene la esperanza de que podamos sobrepasar
esta crisis e implementar cambios positivos.
A escala global, se está aumentando la ‘atención plena’ -
la conciencia sobre nuestras acciones y pensamientos, y el
mundo que nos rodea. Nos está provocando reflexionar
sobre nuestro lugar en el ecosistema de la tierra y el ciclo de
la vida. Ver como el mundo natural prospera y los animales
regresan cuando los seres humanos dejan de controlarlo
todo es un claro testimonio de lo desequilibrado que está
nuestra relación con la naturaleza.
Es empoderador ver cómo tantas de las voces en estas
entrevistas cuestionan la estructura de la sociedad. “El
modelo que ha llegado hasta aquí está errado,” declara
José Luis Humara García, de Asturias, España. Es una
afirmación del movimiento creciente de reconsiderar
nuestras fallas sistémicas.
A todos nos ha afectado de manera muy propia esta
pandemia. Cuando esto termine, ojalá podamos decir
que no ha sido en vano. Qué en nuestros momentos más
difíciles, en el centro de la inconveniencia, nazca el ingenio.
Qué los humanos aprendamos a ser más empáticos, y a
apreciar más la vida y a nuestros seres queridos. Qué nos
unamos en solidaridad más allá de las fronteras geográficas,
raciales, religiosas e ideológicas. Y como proclama con
alegría mi abuela Betty Abadía desde Italia, “Que bueno
será, quitarnos los tapabocas y sonreír.”
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