puño & letra Summer 2020 | Page 13

por Nati Maya y compartida 41 mil veces habla de este “virus” y cuánto lo ignoramos. Hay un remedio. Es la comida, y desperdiciamos un tercio de todos los alimentos producidos para el consumo humano cada año. La inanición, la forma más extrema de desnutrición, nunca ha recibido tanta atención ni recursos de tantas personas ricas en tan poco tiempo como lo ha logrado el coronavirus. Y la razón es sencilla: los privilegiados de sociedad nunca se van a contagiar del “hambre-virus”, pero sí corren el riesgo de morirse del coronavirus. El privilegio que les protege del hambre es una vacuna muy eficaz. Estamos viendo la forma sin precedentes en que se juntan las donaciones de las personas opulentas, todas destinadas al coronavirus. Melinda y Bill Gates se han comprometido a donar $10 millones de dólares a la causa. El CEO de Twitter, Jack Dorsey, va a dedicar casi un tercio de su fortuna de $3.6 mil millones al alivio de la pandemia. Li Ka-Shing, el hombre más rico de Hong Kong, dijo que donaría aproximadamente US$13 millones. Estas donaciones representan increíbles esfuerzos hechos por los más ricos del mundo. Pero no son acciones completamente desinteresadas. Ellos se podrían contagiar. Es cierto que las personas más ricas tienen formas de evitar que sean expuestos al virus, algo que no tienen los más pobres que se ven obligados a seguir trabajando. Pero igual no son inmunes, entonces este virus les ha impactado. Si estuvieran operando por motivos puros, donarían con la misma urgencia a otras causas, como el hambre, durante otras épocas, pero ese no ha sido el caso. Es interesante ver el papel principal que toma la clase socioeconómica durante una crisis. Hay una isla en Florida donde para entrar cada persona es examinada para detectar la presencia del COVID-19. ¿Los residentes de la isla? Un grupo de multimillonarios que pudieron pagarle a la Universidad de Miami por los kits de prueba. Hasta con el coronavirus vemos claramente la inequidad entre distintos grupos. Los humanos somos naturalmente egoístas. La evolución nos ha dado características como el parroquialismo que lleva a que nos interese ayudar mucho más a la gente cercana a nosotros y que nos permite minimizar los problemas de los demás. Nos deja ignorar los 520 millones de personas desnutridas en Asia, los 243 millones en África y los 43 millones en Latinoamérica. En comparación, a finales de mayo solo 5.7 millones habían sido infectados en el mundo entero por el coronavirus. Menciono las cifras no para tratar de cuantificar el sufrimiento causado por estos dos problemas muy graves. Los incluyo para poner en perspectiva cuántas personas están sufriendo de una condición que no vemos mucho en la televisión, en Internet ni en las redes sociales. A los tres meses de ser declarada la pandemia, el coronavirus ya había matado a casi 134.000 personas. El hambre mata a esa misma cantidad de personas cada cinco días. Las causas a las cuales prestamos más atención reflejan nuestro privilegio, y hay que ser más conscientes de eso para que podamos mejorar la forma en que lo utilizamos. Esta crisis nos ofrece la gran oportunidad de reflexionar sobre lo que permitimos que consuma nuestros pensamientos cuando no nos encontramos en época de crisis, e inclusive sobre qué constituye una crisis. ¿Denominamos a algo crisis sólo si ocurre en los países del primer mundo? ¿Es una crisis si les afecta a los ricos? ¿Es una crisis si solo impacta a los pobres alrededor del mundo a quienes nunca vamos a conocer ni ver? El COVID-19 nos ha mostrado que una crisis sólo es crisis si afecta las poblaciones más privilegiadas del mundo. Estamos acostumbrados a la mentalidad de “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Aunque la ignorancia puede ser felicidad, también puede ser fatal, y en este momento, tiene mucha sangre en sus manos. 13