texto: ANÓNIMO
arte: AMY BAND
Dulce
Cuando yo era niña, mamá siempre me
decía que nadie me podía tocar. Ella me
miraba, admirando mi pequeño cuerpo
frágil. Y me besaba suavemente, dejando
en mi mejilla rosada el dulce sabor a fresas
lavadas en tristeza.
Perdimos a mi hermanita al principio de
la primavera. Cuando los árboles estaban
recién verdes y el áspero olor de la lluvia
permanecía sobre los pétalos de rosas
nuevas. No veía a mamá hasta que las
noches brillaban como los días. Ella regresó
con un árbol joven de cerezas florecido. Lo
sembramos en tierra rica. Esa noche, sus
tristes lamentos cantaron por la casa y
la noche brillante. Angelita Luzi, con las
estrellas, nadando por el cielo de la noche
oscura y silenciosa.
“Vamos!” gritó mamá desde la cocina.
Siempre me llama cuando ni está lista ella,
pensé. “Ya voy!” respondí fuertemente,
irritada. Me desperté de mal humor, con la
cabeza abrumada. Había una desconexión
en las interacciones entre mamá y yo
recientemente, pegajosas como la miel en el
té caliente. Me arrastré lentamente por la
escalera vertical. Su espalda me enfrentó,
miró los zapatos, cepillos, y otros objetos
esparcidos por el suelo. Su pelo negro,
indígena, se meció lado a lado en desdén
cuando se dio la vuelta.
“No puedes salir de casa así!” el sonido
de su voz era como una sirena, pero yo no
entendía cuál era la emergencia.
“¿Qué? ¿Qué cambiarías tú?” Claro que
ya sabía que mi falda era corta y que mis
piernas largas quedaban expuestas, ese era
el punto.
“Tienes que cambiar tu falda, ¿qué estás
pensando? No puedes salir de la casa sin
respetarte a ti misma!”
“Sí me respeto a mí y a mi cuerpo”, respondí,
“No deberías tenerle miedo ni sentirte
incómoda del cuerpo femenino.”
“Así estás contribuyendo a la excesiva
sexualización de las mujeres jóvenes.”
“Nunca vamos a cambiar la excesiva
sexualizacion de las mujeres sin un esfuerzo
para parar esta forma de pensar! No nos
debemos esconder por el miedo! Tenemos
que derribar las normas sociales!”, un leve
sudor humedecía mis palmas cerradas.
Cuántas veces habíamos tenido esta
conversación, pensé con rabia. Mamá me
miró y sentí el ardor de sus ojos castaños
y profundos. Una dulce tristeza en mi
boca. La respiración ruidosa, saliendo de
su boca, llenó la habitación silenciosa que
todavía estaba llena de palabras duras.
mala está por todas partes de esta vida”.
Una lágrima tierna descendió lentamente
por la mejilla hasta caer al piso de madera.
Mi abuela es ignorante, obstinada,
opiniones enterradas en el olor de lomo
saltado y perfume barato. No recuerdo
muchas veces en la que mi mamá y mi
abuela se hubieran dado besos o abrazos.
Siempre habían momentos rancios. El baile
entre ellas dos, palabras girando alrededor
de una y de la otra. “Papá”, “Jorge”, “dejar
sola”, “niña”, “las niñas.” El picazón de la
hierba de la Florida en mis piernas de nina.
Mamá, trenzando flores en mi pelo, me
decía “nunca puedes estar solita. Siempre
tienes que quedarte con la abuela cuando
estás en su casa.” Las nubes hacían formas
que flotaban encima de mí, pensé en cómo
mi mamá se escondía, débil. “Ok,” asentí.
Era diferente, el sabor de la lluvia y un
gris claro filtraba por la casa. Llorando,
lágrimas llenas de la penumbra del día.
“No debías haber tenido hijos” Las
palabras le impactaron apenas salieron de
mi boca. Sonó el suave cerrar de la puerta.
Creía que era la verdad. ¡Mamá no me
quiere! Tantos pensamientos me giraban
por la cabeza.
“¿Puedo entrar?” La voz de mi mamá
descolocada.
“Sí.” Acostada en mi cama, vi su silueta.
El dulce aroma de incienso