puño & letra Summer 2017 | Page 10

texto: ANÓNIMO arte: AMY BAND Dulce Cuando yo era niña, mamá siempre me decía que nadie me podía tocar. Ella me miraba, admirando mi pequeño cuerpo frágil. Y me besaba suavemente, dejando en mi mejilla rosada el dulce sabor a fresas lavadas en tristeza. Perdimos a mi hermanita al principio de la primavera. Cuando los árboles estaban recién verdes y el áspero olor de la lluvia permanecía sobre los pétalos de rosas nuevas. No veía a mamá hasta que las noches brillaban como los días. Ella regresó con un árbol joven de cerezas florecido. Lo sembramos en tierra rica. Esa noche, sus tristes lamentos cantaron por la casa y la noche brillante. Angelita Luzi, con las estrellas, nadando por el cielo de la noche oscura y silenciosa. “Vamos!” gritó mamá desde la cocina. Siempre me llama cuando ni está lista ella, pensé. “Ya voy!” respondí fuertemente, irritada. Me desperté de mal humor, con la cabeza abrumada. Había una desconexión en las interacciones entre mamá y yo recientemente, pegajosas como la miel en el té caliente. Me arrastré lentamente por la escalera vertical. Su espalda me enfrentó, miró los zapatos, cepillos, y otros objetos esparcidos por el suelo. Su pelo negro, indígena, se meció lado a lado en desdén cuando se dio la vuelta. “No puedes salir de casa así!” el sonido de su voz era como una sirena, pero yo no entendía cuál era la emergencia. “¿Qué? ¿Qué cambiarías tú?” Claro que ya sabía que mi falda era corta y que mis piernas largas quedaban expuestas, ese era el punto. “Tienes que cambiar tu falda, ¿qué estás pensando? No puedes salir de la casa sin respetarte a ti misma!” “Sí me respeto a mí y a mi cuerpo”, respondí, “No deberías tenerle miedo ni sentirte incómoda del cuerpo femenino.” “Así estás contribuyendo a la excesiva sexualización de las mujeres jóvenes.” “Nunca vamos a cambiar la excesiva sexualizacion de las mujeres sin un esfuerzo para parar esta forma de pensar! No nos debemos esconder por el miedo! Tenemos que derribar las normas sociales!”, un leve sudor humedecía mis palmas cerradas. Cuántas veces habíamos tenido esta conversación, pensé con rabia. Mamá me miró y sentí el ardor de sus ojos castaños y profundos. Una dulce tristeza en mi boca. La respiración ruidosa, saliendo de su boca, llenó la habitación silenciosa que todavía estaba llena de palabras duras. mala está por todas partes de esta vida”. Una lágrima tierna descendió lentamente por la mejilla hasta caer al piso de madera. Mi abuela es ignorante, obstinada, opiniones enterradas en el olor de lomo saltado y perfume barato. No recuerdo muchas veces en la que mi mamá y mi abuela se hubieran dado besos o abrazos. Siempre habían momentos rancios. El baile entre ellas dos, palabras girando alrededor de una y de la otra. “Papá”, “Jorge”, “dejar sola”, “niña”, “las niñas.” El picazón de la hierba de la Florida en mis piernas de nina. Mamá, trenzando flores en mi pelo, me decía “nunca puedes estar solita. Siempre tienes que quedarte con la abuela cuando estás en su casa.” Las nubes hacían formas que flotaban encima de mí, pensé en cómo mi mamá se escondía, débil. “Ok,” asentí. Era diferente, el sabor de la lluvia y un gris claro filtraba por la casa. Llorando, lágrimas llenas de la penumbra del día. “No debías haber tenido hijos” Las palabras le impactaron apenas salieron de mi boca. Sonó el suave cerrar de la puerta. Creía que era la verdad. ¡Mamá no me quiere! Tantos pensamientos me giraban por la cabeza. “¿Puedo entrar?” La voz de mi mamá descolocada. “Sí.” Acostada en mi cama, vi su silueta. El dulce aroma de incienso