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social y lo cultural, podemos concluir que toda mirada es política y que toda producción artística está sujeta a este juicio. La mirada como poder. Desde ahí, puedo sentir que la obra de arte es una posibilidad para evidenciar esto, para cuestionar nuestra manera de ver, para interrogar a la historia que ha producido todas estas graduaciones de la mirada y por ende, nuestras formas de reaccionar ante el mundo. En mi proceso artístico he intentado crear imágenes que invitan a ser examinadas a través de lo que llamo “contemplación emocional”, dándole a través de la belleza de las mismas el sentido de su forma. A través de los años he construído escenarios y modificado ciertos rostros para crear imágenes que permitan otras percepciones del mundo, otras formas de comprenderlo, y de modificarlo internamente. En la primera época de mi obra, me centré en crear ciertas metáforas a través de retratos frontales de mirada fija y directa que mostraban la dignidad de los modelos y que, simultáneamente, hacían evidente la fragilidad de su ser: el rostro era un pretexto para representar la condición humana. Retratos en los que se percibía la soledad y a la vez la firmeza emocional de los sujetos y en los que la mirada era un espacio de contradicciones y ambigüedades. En esta serie de retratos, generalmente de personas guatemaltecas, el rostro funcionaba como espejo en el cual me miraba, me interrogaba y buscaba sentido. En esos retratos, la fuerza de la mirada radica en el poder que tiene para invertir la mía propia y cobra su valor más intenso si logra también invertir la del espectador con la misma fuerza e impulso con que se presenta ante él. Para el observador, descubrirse allí, en esa mirada interna, silenciosa, acompañada por ese rostro que inmóvil lo observa, es tomar conciencia de que compartimos un destino común. Una reflexión sobre la belleza como fragilidad, la memoria como dolor y el tiempo como caída, la fotografía presenta la muerte con los ojos abiertos. En esta época presente, luego de grandes cambios de vida; emocionales y geográficos, he estado trabajando una representación diferente, estos proyectos los he trabajado en colaboración con mi pareja, Graciela De Oliveira, siempre a partir de mis constantes obsesiones: la belleza como poder político; la experiencia religiosa cargada de amor y dolor como lectura de la articulación del mundo y el hombre; la evidencia del vacío en las relaciones interpersonales de una sociedad caída, en la que los vínculos sanos son escasos dada la complejidad de las emociones. Toda esta nueva serie, titulada