Problemas educativos en México: una mirada desde los estudiantes | Page 26

Para RaTos Nosotros: Etnografía de un circo

os tuareg del norte de África pasan

su vida cruzando el desierto del

Sáhara a lomo de camello en busca de agua y pastos donde sus rebaños puedan comer y beber; los indios siux recorrían las estepas del norte de América siguiendo el rastro de las manadas de búfalos a los que consi-deraban sagrados; el circo también es una comunidad nómada y también se busca la vida de lugar en lugar. Sus miembros cargan todo lo que necesita para sobrevivir: mesas, sillas, carpas, luminarias de colores, casas rodantes, equilibristas, payasos, magos, elefantes, camellos, y… un maestro. Sí, en el circo también se estudia. La Comisión Nacional para el Fomento Educativo (CONAFE) ha desarrollado el programa Educación Comunitaria con el objetivo de ofrecer educación inicial y básica a poblaciones que, por diversas circuns-tancias, no tienen acceso a la oferta del sistema educativo regular. Por ejemplo, la población de un circo, que se muda constantemente de lugar y hace imposible que los niños que allí viven vayan a la escuela.

"Sí, en el circo también se estudia"

Este programa educativo hace de la escuela de un circo, una institución educativa con características únicas. En primer lugar, no es un inmueble fijo, o, por lo menos, no lo es por mucho tiempo, ya que día a día, semana a semana o mes con mes se mueve con la caravana del circo. En segundo lugar, el maestro, o sea, el joven instructor comunitario, no sólo vive en el circo, vive dondequiera que el circo se instale, por ejemplo, en un campo de fútbol, en el estacionamiento de una plaza comercial, en un pueblo, en una ciudad y en cualquier estado de la república. La escuela, el maestro y sus alumnos viajan a muchos lugares, tantos como las veces que el circo cambie de plaza durante todo el ciclo escolar.

En pocas palabras, sucede que hay una escuela en un circo. Esta investigación es una etnografía sobre lo que sucede en esa escuela, sin embargo, no es la escuela, ni el circo el gran tema que hay detrás. Aunque el objetivo principal de esta etnografía es describir la escuela de un circo, tras bambalinas el objetivo es hacer notar que la cultura forma parte esencial de la vida cotidiana de cualquier grupo humano, incluyendo desde luego las escuelas a las que asisten sus niños.

Para que quede claro, el gran problema que hay detrás del circo y su escuela, es a su vez el gran problema que hay detrás de toda investigación en antropología: el reconocimiento de la diversidad humana. Es por ello que es necesario abonar al debate de que no existe una única ni mejor forma de vivir en el mundo, desde luego, bajo pretexto de que tampoco existe una única y mejor forma de vivir la escuela. Tal vez es por eso que el verdadero reto de esta etnografía no es describir las cosas extrañas que suceden en una escuela en un circo, sino lograr, que quien la lea, ponga en cuestión la “normalidad” de la escuela en la que le ha tocado crecer y la cultura en la que le ha tocado nacer.

Si hay un gran tema, también hay una gran lección y esa es que todos somos extraños, ¿por qué?, por el sólo y sencillo hecho de que todos tenemos cultura. La etnografía es como un espejo que nos permite ver cuán extraños somos a partir del extraño reflejo de los “otros”, por eso, el asombro no es por las cosas extrañas que se lean sobre los niños de un circo, sino por lo extraño que nos debieran parecer las cosas que hacemos nosotros mismos. Es decir, por la cultura con la que jugamos al juego de la vida.

Ahora bien, si el gran tema es la diversidad humana, el gran concepto es la cultura. Y si retomamos la idea general de que todos somos extraños, cultura podría entenderse como todas esas actitudes y comportamientos “extraños” que dan forma y sentido a todas las formas y sentidos “extraños” que tiene el ser humano de vivir. Pero ojo, lo que hace que todos los seres humanos tengamos cultura no son las cosas “extrañas” que hacemos en nuestra vida diaria, sino lo que las cosas “extrañas” provocan que ocurra: hacer evidente que los seres humanos somos, muchísimo más parecidos unos con otros, de lo que la diversidad de nuestros modos de vida reflejan.

“El pez es el último en comprender el agua” esta es la forman en que la antropóloga estadounidense Margaret Mead (S/A) resumía el dilema del ser humano de hacerse consciente de su propia cultura. Recupero esta frase, porque, aunque no lo parezca, no es sencillo darse cuenta que otros tienen cultura, y más aún que uno también la tiene. Por eso antes que pedirle a un pez que describa el agua en la que nada, quizás sea más prudente pedirle que describa primero el agua donde nadan otros peces, mejor aún, describir la tierra seca. Sin duda muchas sorpresas se llevaría el pez al describir la tierra seca, pero tal vez la primera, y más grande de todas, sería la de caer en la cuenta de que es agua la sustancia en la que ha estado nadando desde sus primeras escamas.

Que el gran tema sea la diversidad cultural no es poca cosa. Si echamos una mirada al pasado, la cultura ha sido, por excelencia la justificación de las mayores atrocidades de la historia humana. Desde las grandes y largas guerras, hasta las breves y pequeñas escaramuzas, todos los conflictos bélicos encuentran su origen en el odio al “otro”, al diferente, al extraño. Aunque son muchos y muy variados los ejemplos que existen de cómo el ser humano ha intentado acabar con la riqueza que la diversidad cultural ofrece, todos tienen su origen en el mismo mal: creer que existe una única y válida forma de vivir en el mundo.

Si no existe una única y válida forma de vivir en el mundo, tampoco existe una única y válida forma de vivir la escuela, aunque en ocasiones así lo parezca cuando se leen los planes y programas de estudio. Digo lo anterior porque aunque tengamos la capacidad de plasmar en papel nuestro modo ideal de vida (leyes, reglamentos, códigos, legislaciones, estatutos, constituciones), a final de cuentas sólo son modelos, que sirven para organizar nuestra manera de vivir, pero no son nuestra manera real de vivir.

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Edgar Sánchez Muciño

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