Problemas educativos en México: una mirada desde los estudiantes | Page 24

Escritura en lenguas originarias como proceso emergente

e acuerdo con datos de la Organi-

zación de las Naciones Unidas

para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés), en el mundo existen aproximadamente 6000 lenguas. Entre los criterios utilizados por esta organización para evaluar la vitalidad de una lengua se encuentra la disponibilidad de materiales escritos, siendo muy pocas las lenguas que cuentan con éstos. De este modo, es posible observar que la oralidad es el medio de comunicación dominante en la mayoría de las lenguas del mundo. Al respecto, Montemayor (1997) señala que la llamada tradición oral en las lenguas indígenas es una construcción compleja que no requiere de la escritura para fijarse ni transmitirse.

No obstante la importancia de la oralidad, autores como Goddy y Watt (1968) han contribuido a la genera-lización de la idea de que las sociedades que han implementado un sistema de escritura alfabético tienen un mejor desarrollo y son más complejas cultural-mente hablando. De este modo, se ha tendido a separar de manera dicotómica a las sociedades orales y las sociedades letradas, colocando a las segundas en un nivel superior con respecto a las primeras. Así, se ha sobrevalorado a la alfabetización, dándole un papel central como medio de democratización, de desarrollo económico y de competi-tividad en los mercados internacionales (Kalman, 2008).

"...se ha tendido a separar de manera dicotómica a las sociedades orales y las sociedades letradas, colocando a las segundas en un nivel superior con respecto a las primeras"

En el caso de México, es importante mencionar que las culturas prehis-pánicas contaban con sistemas de escritura no fonéticos; sin embargo, la conquista por parte de los españoles trajo consigo también la destrucción material de libros, la imposición del alfabeto latino para escribir en lenguas originarias, la eliminación de los intelectuales indígenas y el descono-cimiento de éstos como autores reales. Asimismo, la escritura en estas lenguas se puso más bien al servicio de la religión de los conquistadores y de la catequización (Montemayor, 1997).

Sin embargo, la historia continúa su curso y en décadas relativamente recientes se ha instaurado un discurso en diversas instituciones, en el cual se aboga por los derechos de las comunidades indígenas de expresarse en su propia lengua. Este cambio incluyó la decla-ración por la UNESCO del derecho de aprender a leer y escribir en la lengua materna. Asimismo, se han hecho diversos intentos de implementar sistemas de escritura en estos idiomas. Por ejemplo el Instituto Lingüístico de verano, escuelas bilingües e intercul-turales y más recientemente, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) han trabajado en la estandarización de sistemas de escritura en algunas lenguas de México.

A pesar de estas acciones, aún es grande la distancia entre lo que se anuncia en los discursos oficiales y lo que sucede en las comunidades originarias del país, pues aunque muchas escuelas tengan la etiqueta de “bilingüe”, se siguen encontrando casos en los que sólo se les enseña a los niños a leer y a escribir en español. Al respecto cabe destacar que sólo 22 Escuelas Normales del país tienen la licenciatura en Edu-cación Primaria Intercultural Bilingüe, sin que exista una oferta similar para los maestros de preescolar indígena (Schmelkes, 2013). Asimismo, sigue per-meando la idea de un continuo cuyos extremos son la oralidad y la escritura, donde esta última representa la meta a conseguir. Ante estas dos situaciones podemos observar que la cultura escrita en lenguas originarias se encuentra ante serios retos para ser accesible, efectivamente, para los hablantes de estas lenguas.

Ahora bien, hablar de prácticas de lectoescritura desde la perspectiva sociocultural implica que no se trata solamente de “una variable autónoma cuyas consecuencias para la sociedad y para la cognición puedan derivarse de su carácter intrínseco” (Street, 2004: 85); sino que es importante ubicar los procesos de aprendizaje de lectura y escritura en el contexto de la parti-cipación en actividades sociales “poniendo atención en la construcción del conocimiento mediado por diferentes perspectivas, saberes y habilidades aportadas por los participantes en los eventos de interacción” (Kalman, 2003: 41). Del mismo modo, dentro de esta perspectiva conviene no dejar de lado las discusiones acerca de las relaciones de poder y las ideologías acerca de las prácticas de lectoescritura.

Así, es esencial destacar que la lectura y la escritura se logran en un contexto de interacción social, definido en términos de la situación de uso y de la dinámica interactiva que ocurre entre los participantes dentro de un evento comunicativo determinado (Kalman, 2008). Asimismo, un análisis de la cultura escrita como práctica requiere del entendimiento de los enlaces y mediaciones que podemos observar directamente y sus conexiones con esferas sociales, culturales, económicas e históricas más amplias.

A pesar de la brecha que existe entre los discursos y acciones institucionales y lo que sucede de manera cotidiana en las comunidades indígenas, actualmente es posible encontrar diversos usos de la escritura que hablantes de lenguas originarias han implementado en múltiples espacios, ya sea con apoyo institucional o sin éste. Dentro de las acciones respaldadas institucionalmente encontramos, por ejemplo, diplomados para la enseñanza de lenguas indígenas como segundas lenguas (en donde se genera material escrito como herramientas), la puesta en marcha de talleres de escritura, convocatorias a reuniones con el objetivo estandarizar sistemas de escritura, entre otros. En la mayoría de estos casos el INALI1 está involucrado.

Por otro lado, encontramos usos de la lectoescritura en estas lenguas en

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Adriana Vargas Martínez

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