Problemas educativos en México: una mirada desde los estudiantes | Page 20

Experiencias con tecnología de estudiantes con (dis)capacidad en Instituciones de Educación Superior Públicas

El debate sobre el tratamiento, la clasificación y la construcción social sobre la discapacidad entre-

teje a diversos actores internacionales y nacionales. Así, en 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) manifiesta su interés de comprender y atender la discapacidad. En un intento por homogeneizar los diagnósticos y las patologías, en ese año emite la primera Clasificación Internacional de Deficiencia, Discapacidad y Minusvalía. En 1994 la Organización de Naciones Unidas (ONU) aporta a este debate emitiendo las Normas Uniformes sobre la igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad. Un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en 1999, estima que entre el 15% y el 20% de los educandos tendrá una necesidad educativa especial en algún punto de su carrera escolar. Un año después México levanta a través del INEGI el primer censo en el cual contempla a las personas con discapacidad. Sin embargo, en 2001 la OMS reestructura la clasificación y emite la Clasificación Internacional de Funcionamiento (CIF) misma que es retomada en México para el segundo censo de población que se realizó en 2010. Así, en México hay dos censos con parámetros distintos que imposibilita su comparación.

Según la Organización Mundial de la Salud más de mil millones de personas, o sea un 15% de la población mundial, padece alguna forma de discapacidad (datos presentados en las estimaciones del Informe mundial sobre la discapacidad la población mundial en 2011). Sin embargo, estas cifras son aproximadas y en algunos casos poco exactas. Al respecto Rosangela Berman (2005) indica que existe un círculo de invisibilidad de la discapacidad, donde las personas con discapacidad son excluidas de las políticas de cooperación al desarrollo como si fueran invisibles. Muchas veces “son escondidas en el cuarto de atrás”, la comunidad no visualiza el problema, y al aplicar las políticas educativas y sociales no incluyen sus derechos como prioridades.

"Estamos asistiendo a un cambio cualitativo de enorme importancia en el concepto de discapacidad"

Por su parte, las organizaciones de personas con discapacidad y los organismos públicos han trabajado en la definición de un nuevo concepto de la discapacidad, que supone una evolución desde un modelo médico o de tipo asistencial, que trataba a las personas con discapacidad como sujetos enfermos, necesitados de cuidados y que dirigió sus soluciones hacia la normalización, al modelo de derechos humanos donde son considerados sujetos de derechos (OMS, 2011). El tránsito entre estos dos modelos se ha reflejado en el uso de un lenguaje inclusivo y de atención a las personas con discapacidad en distintos ámbitos. Así pues, estamos asistiendo a un cambio cualitativo de enorme importancia en el concepto de discapacidad, que consiste no sólo en una cuestión técnica de planificación y diseño de entornos físicos, sino en un cambio legislativo, cultural, laboral y educativo sobre la atención de las personas con discapacidad.

Sin embargo, en la vida cotidiana cuando se habla de discapacidad se asocia con todo lo negativo: deficiencia, anormalidad, carencia, minusvalía; esto habla de que hay imaginarios muy diversos sobre la discapacidad. Asimismo, las dificultades añadidas a cada tipo de discapacidad son heterogéneas. Por ello me referiré a la discapacidad como una palabra compuesta por un lado el prefijo dis procedente del griego δυσ- dys- que significa dificultad o anomalía (RAE, 2001) y capacidad del latín capacĭtas, -ātis que significa cualidad del capaz o de lo capaz (RAE, 2001). La discapacidad, en todas sus dimensiones, es siempre relativa a las expectativas colocadas sobre el funcionamiento de las personas, es decir, qué se espera que hagan o que no hagan. Al referirme a la discapacidad tengo presente la carga negativa con que se asocia, por lo tanto se asume que no pueden realizar algo, no tiene la capacidad o tiene menos capacidad, idea de la cual discrepo.

Aquí me limito a señalar a la (dis)capacidad1 como el no estar preparado para alguna actividad, que tiene dificultad para realizar una actividad o que ha perdido una (s) de sus capacidades. Es decir, asumo que las personas tenemos distintas capacidades e infinidad de formas para realizar actividades y para ello nos valemos de herramientas, instrumentos, equipos, materiales, apoyos, soportes, adecuaciones, ajustes, entre otros para lograrlo. Sin embargo, reconozco la existencia de un discurso sobre la (dis)capacidad que cristaliza las diferencias y construye jerarquías entre esas distintas capacidades e (in)capacidades, por ello, a lo largo del texto se colocará el (dis) entre paréntesis para evidenciar ese discurso.

Al respecto, existen trabajos e investigaciones que abordan a la (dis)capacidad desde diversos ámbitos. En relación al problema de investigación de esta tesis, se observa que de manera reciente, algunos de estos trabajos conciernen a la atención de la discapacidad desde la educación superior en México; por ejemplo, Alcántara y Navarrete (2014) estudian la Inclusión, equidad y cohesión social en las políticas de educación superior en México; y Aquino, García e Izquierdo (2012) trabajan la inclusión educativa de ciegos y baja visión en el nivel superior. Sin embargo, son escasos los reportes que den cuenta de las experiencias escolares de los estudiantes con discapacidad y más aún los que abordan la educación superior, (dis)capacidad y tecnología; sólo Hernández (2010) investiga el impacto del uso de las TIC en los trayectos de formación, las trayectorias sociales y profesionales de personas con discapacidad. Dicha investigación le valió el primer lugar del Tercer Concurso Nacional sobre Discapacidad 2010, organizado por el DIF.

E

Magaly Mahanaim Landa Osorio

20