Primero Windsor | Page 24

Lógicamente los cuerpos desprendían un hedor insoportable, pero para eliminarlo no se utilizaba el baño sino la limpieza en seco, frotando la piel con telas para luego rociarla con algún perfume. No sólo las damas, sino también los “guapos de la época” y los jóvenes de cierto nivel, usaban aguas olorosas con las que humedecían cabellos, rostro, manos y vestidos. En el siglo XVII el ámbar, el almizcle y la algalia eran las sustancias que más se utilizaban, y como el pulverizador todavía no se había inventado, se elegía a una criada con potentes pulmones a la que se la enseñaba a llenar la boca de buches de agua perfumada para que luego lanzara a través de sus dientes una lluvia finísima de agua, babas y perfume en dirección al rostro de la señora de la casa. Aunque existe cierta preocupación por la limpieza, lo que nunca se hacía era utilizar el agua para lavarse la cara. Hasta el siglo XVIII había limpieza y no lavado, y la norma de cortesía marcaba que para quitarse la mugre se limpiara únicamente el rostro y los ojos con un trapo blanco. Lavarse con agua era perjudicial para la vista, provocaba dolor de dientes, catarros y empalidecía el rostro. Las manos y la boca sí podían recibir las atenciones del agua, pero siempre que esta estuviera rebajada con vino o vinagre. Como se aprecia, las superficies “lavadas” se limitaban únicamente a las partes visibles de la piel, porque el resto del cuerpo no tenía importancia al estar encerrado en una vestidura. La idea que se tenía era que la ropa blanca que estaba en contacto con el cuerpo hacía desaparecer la mugre y su efecto no sólo era comparable al del agua, sino más seguro y menos peligroso. Se pensaba que la ropa interior absorbía la transpiración y las impurezas, convirtiéndose la camisa en una especie de esponja limpiadora, por lo que mudarse era en el fondo mejor que lavarse. Aunque a partir del siglo XVI los baños pasan a ser considerados como un peligroso hábito que sólo se podía practicar bajo rigurosa prescripción facultativa, no debemos confundirnos al creer que el acto o gesto de limpieza desapareció, lo que sucedió es que el mismo adquirió una forma distinta a la que hoy nosotros podemos tener en mente.