Primero Windsor | Page 23

Desde los siglos XVI al XVIII de los baños se huía como del demonio porque los médicos pensaban que el agua por “su presión y calor” abría los poros y ablandaba el cuerpo exponiendo así a los órganos a enfermedades. En los tratados de medicina se decía: “conviene prohibir los baños, porque, al salir de ellos, la carne y el cuerpo son más blandos y los poros están más abiertos, por lo que el vapor apestado puede entrar rápidamente hacia el interior del cuerpo y provocar una muerte súbita”, y en otros se puntualizaba que “calentar los cuerpos era como abrirle las puertas al veneno del aire”. Estas teorías tan científicas explican el motivo del consejo que se dio en París en 1516 cuando ante los efectos de una epidemia se exhortaba a la población: "¡Por favor, huyan de los baños de vapor o de agua o morirán!". Nuestros antepasados creían firmemente que la piel era permeable pudiendo el agua y el aire traspasar sus débiles capas y que por los poros no sólo podía entrar la enfermedad también podían penetrar otras sustancias mucho más peligrosas para la mujer como…el semen. Un simple baño era un peligro potencial pues si algún esperma itinerante flotaba por las aguas, la mujer que se bañara en ellas podía quedar impregnada y su piel absorber una sustancia tan embarazosa. La situación se complicaba aún más si tenemos en cuenta que también los ríos eran peligrosos. Si algún hombre, o alguna de sus ropas, tenían contacto con sus aguas, la probabilidad de que una mujer quedase embarazada por contacto era altísima. Gente tan sesuda como Lope de Vega, no dudaba en absoluto de estos peligros flotantes, y en una carta personal escrita al Duque de Sessa le comentaba al noble que un convento portugués había tenido que cambiar de ubicación porque como estaba junto a un río, y en él se lavaba la ropa interior de los frailes, las mujeres del pueblo cercano se quedaban preñadas simplemente por beber el agua de esa “polucionada” corriente.

lOS HABITOS HIGIENICOS EN EL SIGLO XVI