Con la esperanza de poder tratar su enfermedad,
Avellaneda viajó a Francia a consultar a un grupo de
médicos especialistas.
Sin embargo, el diagnostico no era bueno, no había
nada que pudieran hacer. Luego de tres meses,
Avellaneda decidió volver para morir en su patria. Pero
su último deseo no pudo ser cumplido, a mitad del
trayecto le confesó a su esposa Carmen Miguens de
Avellaneda:
Querida, creo que moriré embarcado.