44 > PERFIL PRO
UN ELEFANTE CON CEREBRO DE BAILARINA
El título corresponde a una frase que Jorge Valdano utilizó para retratar al Zidane futbolista. Y aunque su historia hoy se escribe desde el banquillo— como flamante entrenador del Real Madrid—, sobra decir que pocos han sabido brillar tanto sobre el pasto y el banco técnico como el francés.
POR MARCELO SIMONETTI
T uve la suerte de ver a Zinedine Zidane, de verlo en vivo y en directo. Fue en París, en el verano del’ 98. Era uno más en un estadio atiborrado de franceses. La selección gala enfrentaba en la final de la Copa del Mundo al Brasil de Roberto Carlos, Dunga, Rivaldo, Bebeto y Ronaldo. Dirigidos por Zagallo, querían volver a su país con el hexacampeonato bajo el brazo. Bastaron 45 minutos para tener la certeza de que esa noche ningún brasileño iba a reír, que nadie habría de bailar samba, que el sueño de un nuevo título quedaría postergado para otro momento. Bastaron, para ser más preciso, dos cabezazos inolvidables de Zizou, dos testazos que bien pudo haber asestado un elefante— uno a los 27’; el otro, en los descuentos del primer tiempo— para que La Marsellesa tuviese aires de carnaval. Ese episodio es uno de los más notables de la carrera futbolística de Zinedine Zidane. Una carrera que se prolongó por 17 años, comenzando en mayo de 1989 en el A. S. Cannes y terminando en el Real Madrid, en julio de 2006; la misma que ahora ha extendido como flamante técnico del Real Madrid, posición desde donde ha ganado cinco de los siete títulos que le tocó disputar en apenas un año y medio. Zizou es hijo de padres argelinos, pero creció en un barrio difícil de Marsella: La Castellana. Ubicado al norte de la ciudad, se trata de un enclave de clase baja, donde la delincuencia es una circunstancia más de la vida del barrio. Hasta ahí llegaron Smail y Malika— sus progenitores—, luego de que en 1962 Argelia consiguiera su independencia y expulsara del país a los que habían combatido junto al ejército francés. En la plaza que había frente a su casa, y que se extendía a lo largo de 150 metros y a lo ancho de quince, el pequeño Zinedine, el menor de cinco hermanos, comenzó a soñar que podía ser futbolista. En el mismo lugar donde hoy se levanta un túnel por donde cruza el TGV, Zizou y sus amigos inventaban jugadas. En ese barrio lleno de carencias, Zidane ensayó una y mil veces una pirueta que patentaría una vez que se consolidara en el profesionalismo: la ruleta marsellesa( jugando hacia delante, deslizaba con la derecha o la izquierda el balón hacia atrás y salía pisándolo, con el otro pie, en sentido contrario al juego). Si en la cancha veló sus armas futbolísticas, en el hogar dio forma a su ideología deportiva.“ A mis padres les debo todo— cuenta Zidane—. Me dieron una educación maravillosa, severa pero justa. Me enseñaron el respeto y la humildad. Sin estas líneas fundamentales que he utilizado en mi vida y en el fútbol, mi existencia hubiese sido mucho más difícil de lo que fue”.