POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 65

C APÍTULO DIEZ —Descansemos –dijo Pilar a Robert Jordan–. Siéntate, ¡María, que vamos a descansar. —No, tenemos que seguir –dijo Jordan–; descansaremos cuando lleguemos arriba. Tengo que ver a ese hombre. —Ya le verás –dijo la mujer de Pablo–. No hay prisa. Siéntate, María. —Vamos –dijo Jordan–. Arriba descansaremos. —Yo voy a descansar ahora mismo –replicó la mujer de Pablo. Y se sentó al borde del arroyo. La muchacha se sentó a su lado, junto a unas matas; el sol hacía brillar sus cabellos. Sólo Robert Jordan se quedó de pie, contemplando la alta pradera, atravesada por el torrente. Había abundancia de matas por aquella parte. Más abajo, inmensos peñascos surgían entre heléchos amarillentos, y más abajo todavía, al borde de la pradera, había una línea oscura de pinos. —¿Falta mucho desde aquí hasta donde está el Sordo? –preguntó Jordan. —No falta mucho –contestó la mujer de Pablo–. Está a la otra parte de estas tierras; hay que atravesar el valle y subir luego hasta el bosque, de donde sale el torrente. Siéntate y olvida tus penas, hombre. —Quiero ver al Sordo y acabar con esto. —Yo quiero darme un baño de pies –dijo la mujer de Pablo. Se desató las alpargatas, se quitó la gruesa media de lana que llevaba y metió un pie dentro del agua–. ¡Dios, qué fría está! —Debiéramos haber traído los caballos –dijo Robert Jordan. —Pero me hace bien –dijo la mujer–; me estaba haciendo falta. ¿Y a ti qué es lo que te pasa? —Nada, sólo que tengo poco tiempo. —Cálmate, hombre; tenemos tiempo de sobra. Vaya un día; y qué contenta me siento de no estar entre pinos. No puedes figurarte cómo se harta una de los pinos. ¿Tú no estás harta de los pinos, guapa? —A mí me gustan los pinos –dijo la muchacha. —¿Qué es lo que te gusta de los pinos? —Me gusta el olor y me gusta sentir las agujas debajo de mis pies. Me gusta oír el viento entre las copas y el ruido que hacen las ramas cuando se dan unas contra otras. —A ti te gusta todo –dijo Pilar–; serías una alhaja para cualquier hombre si fueses mejor cocinera. Pues a mí los pinos son algo que me harta. ¿No has visto nunca un bosque de hayas, de castaños, de nogales? Esos son bosques. En esos bosques todos los árboles son distintos, lo que les da fuerza y hermosura. Un bosque de pinos es un aburrimiento. ¿Qué dices tú a eso, inglés? —A mí también me gustan los pinos. —Pero venga –dijo Pilar–, los dos igual. A mí también me gustan los pinos, pero hemos estado demasiado tiempo entre ellos. Y estoy harta de estas montañas. En las montañas no hay más que dos caminos: arriba y abajo, y cuando se va para abajo se llega a la carretera y a los pueblos de los fascistas. —¿Va usted algunas veces a Segovia? —¡Qué va! ¿Con mi cara? Esta cara es demasiado conocida. ¿Qué te parecería si fueras tan fea como yo, guapa? –preguntó la mujer de Pablo a María. —Tú no eres fea. —Vamos, que yo no soy fea. Soy fea de nacimiento. He sido fea toda mi vida. Tú, inglés, que no sabes nada de mujeres, ¿sabes lo que se siente