POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 38
—Sí, hombre, explícalo.
Jordan sacó de su bolsillo el cuaderno de notas y les enseñó los dibujos.
—Mira –dijo el hombre de la cara aplastada, al que llamaban Primitivo–;
¡si es mismamente el puente!
Jordan, ayudándose con el lápiz, a guisa de puntero, explicó cómo tenían
que volar el puente y dónde tenían que ser colocadas las cargas.
—¡Qué cosa más sencilla! –dijo el hermano de la cicatriz, al cual
llamaban Andrés–. ¿Y cómo haces que exploten?
Jordan lo explicó también y mientras daba la explicación notó que la
muchacha había apoyado el brazo en su hombro para mirar más cómodamente.
La mujer de Pablo estaba mirando igualmente. Sólo Pablo parecía no tener
interés y se había sentado aparte con su taza de vino, que de vez en
cuando volvía a llenar en el barreño que había colmado antes María con el
vino del pellejo colgado a la entrada de la cueva.
—¿Has hecho ya otras veces este trabajo? –preguntó la chica en voz baja a
Jordan.
—Sí.
—¿Y podremos verte cómo lo haces?
—Sí, ¿por qué no?
—Lo verás –dijo Pablo desde el otro lado de la mesa–. Estoy seguro de que
lo verás.
—Cállate –dijo la mujer de Pablo. Y de repente, acordándose de la escena
de aquella tarde, se puso furiosa–. Cállate, cobarde; cállate, asesino;
cállate, mochuelo.
—Bueno –dijo Pablo–, me callaré. Eres tú quien manda ahora y no quiero
impedir que mires esos dibujos tan bonitos. Pero acuérdate de que no soy
un idiota.
La mujer de Pablo sintió que su rabia se iba cambiando en tristeza y en
un sentimiento que helaba toda esperanza y confianza. Conocía ese
sentimiento desde que era niña y sabía el motivo, como conocía las cosas
que lo habían creado durante toda su vida. Se había presentado de repente
y trató de ahuyentarlo. No quería dejarse tocar por él, no quería que
tocara a la República. Así es que dijo:
—Vamos a comer. María, llena las escudillas.